Office ladies: las olvidadas de las empresas japonesas

Al pensar en Tokio es fácil que muchas personas proyecten mentalmente la imagen de una multitud de hombres trajeados todos a la par, maletines en mano, andando de aquí para allá, cruzando el famosísimo cruce de Shibuya, subiendo o bajando escaleras mecánicas, entrando en estaciones de tren y de metro, luchando por hacerse hueco en un vagón en horas puntas, yendo a un izakaya o a un karaoke para cumplir con la rígida etiqueta japonesa para después regresar a casa completamente dormidos en el tren. Son los salaryman, hombres que trabajan en empresas a jornada completa y cuyas obligaciones e inconvenientes son cada vez más conocidos fuera de Japón.

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Entre toda esa marea de hombres que llenan las calles, los medios de transporte, las tiendas, los restaurantes y los bares de las principales ciudades japonesas, de vez en cuando, y cada vez con más frecuencia y en mayor número, vemos a una mujer también trajeada que podría parecernos el equivalente a un salaryman, tal vez una salarywoman. Error, en la mayoría de los casos serán offices ladies, mujeres que podrían compararse con las secretarias occidentales. El papel de estas mujeres pasa muchas veces desapercibido, pero no porque sea carente de importancia en la economía japonesa o como ejemplo para estudio sobre la discriminación de la mujeres trabajadoras en Japón, sino porque, una vez más, las mujeres quedan invisibilizadas.

El papel de la mujer está cambiando en algunas partes del mundo, alejándose cada vez más de los preceptos que la obligaban a ser dos cosas en la vida: esposa y madre. Pero cada país, cada cultura, avanza a un ritmo diferente como consecuencia de sus distintos pasados. En Japón todavía está considerablemente arraigado este doble papel que deben acatar las mujeres, y si no deciden hacerlo, sufrirán algún tipo de consecuencia. Lo más normal es que una mujer, acabados sus estudios, se busque un trabajo y lo deje en el momento de casarse. Muchas trabajando solo en puestos de media jornada (arubaitos), pero otras deciden hacerlo a tiempo completo en empresas, convirtiéndose así en office ladies.

Los primeros pasos

El término office lady (abreviado muchas veces como OL) lo acuñó en 1963 la revista Josei Jishin, una revista para mujeres; aunque existía un término aún más peyorativo que dejó de usarse al menos de cara al público: office flowers; que puede recordarnos a nuestro «mujer florero». En su título ya empezamos a percibir la discriminación frente a sus colegas, mientras que ellos son «hombres asalariados», ellas son simplemente «señoritas de oficina».

Las tareas del día a día de una OL son hacer fotocopias, llevar la contabilidad básica, procesar textos, atender llamadas e incluso servir el té y hacer recados fuera de la oficina. Teniendo en cuenta su cometido en la empresa, cabría esperar que estas mujeres carezcan de estudios o sencillamente tenga algún curso relacionado con las tareas de secretariado. Aunque algunas veces está lógica se cumple, lo cierto es que muchas de ellas tienen una carrera universitaria del mismo valor que la de sus compañeros hombres. Pero cuando un hombre y una mujer entran en una empresa no siguen el mismo camino a pesar de tener la misma formación y las mismas capacidades. Los hombres empiezan desde abajo y pueden ir ascendiendo en función a la antigüedad que tengan en la empresa, viendo así incrementado su sueldo. Pero este camino en ascenso está prácticamente vetado para las mujeres, que son dirigidas de forma obligatoria por un camino que se mantiene siempre a la misma altura y cuyo final se percibe no muy lejano.

Las OL no ascienden porque se espera que abandonen la empresa a los pocos años para dedicarse a su marido y a sus hijos. Por esta razón su trabajo no es evaluado y por tanto tampoco reconocido ya que en las políticas de las empresas no se contempla que vayan a ascender. Como consecuencia, en su día a día laboral se pueden percibir importantes discriminaciones que suman un total muy grande: no tienen tarjetas como profesionales, sus sellos son más pequeños que los de sus compañeros, tienen que comer a una hora fija y los hombres no, si una mujer se casa con un hombre de su misma empresa, ella debe dejar su puesto, y la más importante: el sueldo. Al carecer de la posibilidad de un ascenso, tardan muchos más años en ver sus ingresos aumentados. La brecha salarial es desorbitante, habiendo mujeres de 50 años que llevan toda su vida en una empresa y que cobran lo mismo que un hombre que lleva tan solo cuatro años en dicha empresa. Es un sistema que está ideado para usar a las mujeres durante unos años y después desviarlas hacia su verdadero camino como esposas y madres.

A medio camino

Ya hemos visto que las tareas de las OL son las de una secretaria, pero nos quedaríamos cortos si dijésemos que su trabajo se limita a eso. No son solo office ladies, son también offices wives (esposas de oficina) porque algunas llegan a realizar todo tipo de tareas para sus jefes, como comprar regalos para sus clientes o servirles el té a estos últimos. Esta última tarea, la de servir té a clientes de la empresa, es posiblemente la que más detestan las OL porque casi nunca reciben una muestra de agradecimiento ni por parte de sus compañeros ni por la de los clientes de estos, además de tener que recoger las tazas después de que han terminado y de verse obligadas a servirlo siguiendo la estricta jerarquía empresarial japonesa. Es una tarea que además las interrumpe de su verdadero trabajo porque deben acudir a realizarla en el momento en el que se les ordena, no teniendo así ningún control sobre sus tiempos en sus horas laborales.

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Como el sistema está preparado para que la mujer abandone su puesto antes de casarse, aunque existen las bajas por maternidad, tan solo son una formalidad. Si ya es raro que una mujer casada siga trabajando, que pretenda seguir haciéndolo después de tener un hijo lo es todavía más. Cuando una OL coge una baja por maternidad, su puesto no se cubre, por lo que sus compañeras acaban teniendo más trabajo del que les corresponde. Esa mujer será percibida como una persona egoísta por no tomar el camino que debe y perjudicar a sus compañeras, por lo que decidirse a coger una baja de maternidad en Japón es un acto de valor muy grande no exento de consecuencias, pues muchas llegan a sufrir acoso por ello; lo que fomenta así la mala relación entre las mujeres del departamento. Incluso, mientras están embarazadas se las traslada a departamentos con más carga de trabajo; eso, junto a su estado, hace que quieran abandonar definitivamente la empresa. Es una estrategia sucia porque la empresa no quiere, bajo ningún concepto, que una OL coja una baja por maternidad o para la crianza de sus hijos, prefieren que dejen su trabajo y contratar a una mujer soltera.

Por otro lado, a ciertos sectores empresariales de Japón no les interesa que las OL dejen de existir ya que es un grupo que gasta mucho. Pero ¿cómo es posible si su sueldo es mucho más bajo que el de sus compañeros? Porque, en la mayoría de los casos, las OL viven con sus padres y todo el dinero que ganan lo emplean en gastos personales: restaurantes, espectáculos, ropa, objetos e incluso viajes no solo dentro de Japón, sino también al extranjero. Al no tener que pagar facturas ni una hipoteca, tener unos horarios menos sobrecargados que los de sus compañeros y nadie de quien ocuparse, emplean todo su tiempo libre en ocio. Pero también hemos de tener en cuenta que lo hacen así porque son conscientes de que en el momento en el que se casen, está libertad de acción les será arrebatada porque deberán ocuparse de su marido, de criar a sus hijos y de llevar la economía familiar. Para ellas estos años son como unas vacaciones previas a unas obligaciones de las que jamás podrán escapar.

El final de su carrera profesional

El camino de una OL tiene un final cercano y esperado, pero es lógico imaginar que no todas las mujeres quieren casarse y tener hijos, o verse obligadas a dejar su trabajo para hacerlo, aunque la presión social es más fuerte. Muchas mujeres que a ojos de la sociedad japonesa ya deberían estar casadas y siguen trabajando acaban marchándose porque hablan mal de ellas en su entorno laboral. También se cansan de hacer trabajos demasiado sencillos para los que están sobrecualificadas por el gran número de años que llevan en la empresa y que además no son valorados de ninguna manera.

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Que una OL acabará dejando su puesto antes o después es una regla grabada tan a fuego en las empresas japonesas que cuando dejan su puesto porque van a casarse se hace una ceremonia en la oficina para celebrarlo. Si el jefe de alguna OL ve que este momento se está retrasando demasiado en el tiempo, acaban sugiriéndoles que es momento de que abandonen la empresa. Ante tal panorama no es de extrañar que la mayoría acabe sucumbiendo a esas normas que no están escritas pero que son tan fuertes y siguen todavía muy presentes a día de hoy.

Resistencia pasiva

Tras analizar el sinfín de discriminaciones que sufren las OL en sus puestos de trabajo, es lógico preguntarse si realizan algún tipo de queja formal para intentar cambiar su situación. La respuesta es no, al menos de forma directa. Ya sabemos que la sociedad japonesa no está ideada para que sus miembros se muestren especialmente reivindicativos ni combativos, y si se trata de una mujer es todavía más difícil que lleven a cabo una protesta como podríamos concebirla desde una perspectiva occidental. Pero lo cierto es que las OL sí que llevan a cabo actos de resistencia porque son plenamente conscientes de la discriminación que sufren por su sexo. Pero son actos semiocultos e indirectos que podrían pasar desapercibidos ante nuestros ojos si no los analizamos detenidamente y teniendo en cuenta la relación entre las mujeres y los hombres de una empresa y qué papel juega cada uno de forma individual.

Estos actos de resistencia pueden dividirse en dos: actitudes que afectan a la eficiencia de los hombres y actitudes que afectan a la reputación de estos. Una OL puede decidir no ser cooperativa con algún jefe que no la haya tratado bien negándose a tomar la iniciativa de ayudarlo y negando favores. Entre los actos que pueden afectar a la reputación de sus compañeros se encuentran: informar a recursos humanos de su mal comportamiento, hacerles el vacío (sosukan), cotillear sobre ellos y, sorprendentemente, el ritual del Día de San Valentín.

En sus horas libres, las OL solo se relacionan entre ellas, y una de las cosas que hacen es hablar sobre sus compañeros. Se quejan de que algunos son arrogantes y las deshumanizan tratándolas como simples máquinas. También se fijan mucho en si son eficientes o no, pues esto repercute directamente en ellas, cargándolas con más o menos trabajo. Consideran que, al tener unos sueldos bastantes superiores, de vez en cuando deben invitarlas a comer fuera. Todos estos criterios que usan para evaluar a los hombres son fijados por las políticas discriminatorias que sufren. Pero ¿cómo es posible que esto sea un acto de resistencia? Lo es porque estas críticas no quedan entre las OL, sino que se las hacen saber de forma indirecta al hombre en cuestión. Como consecuencia, el superior del hombre criticado entenderá que aún no es apto para un ascenso porque no sabe supervisar a sus subordinadas. Además, cuando una mujer percibe a un hombre como alguien negativo y lo comparte con sus compañeras, esta visión negativa se extrapola a todo el conjunto de OL de la planta y se mostrarán poco cooperativas con él. Toda esta dinámica está tan presente y puede perjudicar tanto a un hombre en su trabajo que hay libros y hasta revistas con secciones dirigidas a ellos con el propósito de entender mejor la psicología de las OL para saber cómo actuar con ellas y que así su comportamiento no les repercuta de forma negativa.

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La celebración de San Valentín en Japón es bastante peculiar; es una tradición occidental que han adaptado y que poco tiene que ver con la original. El 14 de febrero, las mujeres que trabajan en una empresa deben regalarles chocolate a sus compañeros de sección, presente que será devuelto durante el White Day un mes después. Estos chocolates son un medidor de popularidad de los hombres entre las OL de su departamento. Todos reciben algún chocolate, pero a algunos solo les regalan el obligatorio mientras que otros reciben muchos más. ¿Qué quiere decir eso? Cuantos más chocolates reciben, mejor opinión tienen las OL de ese compañero. Pueden ser regalos envenenados si la cantidad de chocolate que reciben es menor, si se lo dan tarde o si el chocolate está roto; este último es un claro mensaje de que no es apreciado entre sus compañeras puesto que no ha sido casual que el chocolate recibido se encuentre en mal estado. Esta celebración es uno de los pocos momentos en los que las mujeres se unen y deciden a quién van a regalar y qué cantidad como forma de protesta. Algo parecido ocurre cuando un hombre es trasladado a otra ciudad por la empresa, las mujeres acostumbran a regalarles flores, pero estas también dependerán de cómo se haya comportado él con sus compañeras a su paso por la empresa. Es bastante significativo que estos regalos que les hacen las mujeres a los hombres, chocolates y flores, no sean cosas que los hombres japoneses (y no japoneses) disfruten y valoren especialmente, sino que son regalos más propios de hacerle a una mujer según las costumbres. Es sin duda una ironía que hayan sido elegidos como medidores de popularidad entre las OL.

Mencionábamos antes el White Day, que se celebra justo un mes después de San Valentín. En este día los hombres del departamento obsequian a sus compañeras con un regalo más valioso que el recibido en San Valentín. Es importante que no se les pase por alto este regalo y que esté bien pensado, pues de lo contrario pueden ganarse mala fama entre las OL, algo que, como hemos visto, no les conviene en absoluto en su carrera hacia el ascenso. Lo irónico de esta situación es que en la mayoría de los casos, durante los días previos al White Day las tiendas se llenan de regalos, pero lo que nos encontramos no son a salaryman escogiendo el obsequio ideal para su compañera, sino a las mujeres de estos. Muchas de las mujeres de estos hombres fueron en su día OL y conocen muy bien las consecuencias de no regalar nada en el White Day, por lo que no desean que a sus maridos les ocurra lo mismo. Las que antes habían protestado pasivamente, ahora deben asumir un papel de apoyo al hombre.

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Todas estas son formas sutiles de resistencia porque se encuentran sin poder alguno y no creen que merezca la pena quejarse más formalmente ya que acabarán dejando la empresa cuando se casen. Tampoco tienen miedo a posibles represalias porque al no tener posibilidad de ascenso, no tienen nada que perder. En su discriminación encuentran puntos a favor para protestar precisamente por ser tratadas injustamente con respecto a los hombres.

Este entorno laboral de la oficina es un territorio muchas veces amenazante y hostil para las mujeres en el que resulta complicado sentirse a gusto porque está ideado para  algún día expulsarlas. Además de verse limitadas a realizar tareas para las que está sobrecualificadas, no son evaluadas ni recompensadas o sancionadas por su trabajo, lo que también es una forma de machismo. Se ven obligadas a ejercer un papel muy similar al de una esposa en un entorno laboral, son acosadas si deciden cogerse bajas de maternidad y no están exentas de los abusos sexuales. La sociedad en la que viven no las anima a llevar a cabo una protesta activa, por lo que se ven limitadas a realizar simples acciones de resistencia que entorpecen el trabajo de sus compañeros, pero que no les reporta mejoras sustanciales en sus condiciones laborales. Todos estos factores hacen que su independencia económica, y con ella su independencia general, se vea limitada a unos pocos años durante la veintena y que después vean el matrimonio como única opción para asegurarse un futuro sin problemas económicos. Pero no solo las OL sufren la discriminación, cualquier mujer que se salga de la norma es castigada por el sistema, y como resultado muy pocas se atreven a salir de este, perpetuando así una maquinaria de injusticias para las mujeres. El mundo está cambiando y Japón, al menos de cara el público, tiene la intención de seguir este cambio, pero la realidad es que aún queda un largo camino para la liberación de las mujeres en un país liderado por hombres.

 

Fotografía de portada: ©Tatsuo Suzuki

Un acercamiento a los ainu a través de la cultura. La lucha del pueblo indígena de Japón

El pasado 15 de febrero Japón reconoció por fin a los ainu como pueblo indígena. Ocurría después de muchos años de lucha por parte de este pueblo tan maltratado durante más de un siglo. Pero los ainu se muestran bastante escépticos con esta ley, pues aseguran que el único objetivo es promover el turismo en las zonas donde residen los pocos ainu que quedan en la actualidad, (13 118 en Hokkaido 2017), y que está lejos de querer mejorar y aumentar sus escasos derechos.

¿Quiénes son los ainu?

Los ainu son un pueblo indígena del norte del archipiélago japonés: Hokkaido y el norte de Honshu (la isla principal de Japón), pero también habitan territorio ruso, las islas Kuriles y la isla de Sajalín. En 1869, cuando Ezochi, la isla más septentrional de las cuatro más grandes que conforman el archipiélago japonés, pasó a llamarse Hokkaido, a los ainu se les prohibió llevar a cabo sus prácticas habituales de caza y pesca y se los obligó a dedicarse a la agricultura en las peores tierras del territorio, lo que los fue empobreciendo. Además, colonizaron su propia tierra (Hokkaido y el norte de Tohoku) y los fueron arrastrando más y más al norte hasta llegar a confinarlos. Eran considerados aborígenes (1899) y se les prohibió el uso de su lengua. Durante la Restauración Meiji se comenzó a llevar cabo una política de asimilación forzada mediante la cual los ainu vieron cómo se les roba toda su identidad cultural como pueblo con la intención de convertirlos en japoneses. Es curioso que «ainu» signifique «humano» en su lengua teniendo en cuenta que el gobierno Meiji no los trató como tales.

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Isabella Bird: la inglesa que veraneó con los ainu

Isabella Bird fue una explorada inglesa, además de escritora, fotógrafa y naturalista, que durante el siglo XIX se atrevió a visitar lugares muy alejados de su país natal, siendo la primera mujer en entrar en la Royal Geographical Society. Entre los viajes que realizó, uno de los más destacados fue el que hizo a Japón en el verano de 1878. Desde mayo a septiembre de ese año recorrió gran parte del norte de Japón, un territorio que por aquella época no había sido explorado por extranjeros. Partió desde Yokohama, puerto en el que atracó su barco, y llegó hasta Hokkaido en una época en la que la comodidad y rapidez del tren bala aún era muy lejana; unos años en los que no podía alojarse en cómodos ryokan preparados para que los turistas extranjeros vivan la auténtica experiencia japonesa, sino que tenía que conformarse con yadoyas, posadas muy rudimentarias en las que la intimidad y la comodidad eran prácticamente inexistentes.

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Casa del té

Durante todo su viaje le escribió cartas a su hermana donde le relataba sus vivencias en tan extraño país. Todas esas cartas conforman el libro Japón inexplorado, publicado en España en 2018. En la última parte de este libro presenciamos el encuentro de Isabella Bird con los ainu de Hokkaido, con los que convivió durante la última etapa de su viaje. Fue recorriendo varias poblaciones ainu (kotan) y observando la diferencia entre unos y otros, pues se dio cuenta de que los ainu del este de la isla y los del oeste no eran iguales. Bird se encontró con un pueblo amable y muy hospitalario a pesar de la pobreza en la que vivían las familias, siendo capaces de recorrer los kilómetros que los separaban del siguiente kotan solo con el objetivo de buscar algo que ofrecerle de desayuno a aquella peculiar extranjera. La exploradora le relata a su hermana cómo a los ainu se les obliga a vivir a cierta distancia de los japoneses, que los hombres son extremadamente peludos y que el suelo del que disponen para la agricultura es muy pobre; además, el gobierno japonés les prohibió el uso de cebos y de flechas emponzoñadas, lo que hacía mucho más difícil la caza, que era su medio tradicional de sustento. Los ainu no fueron especialmente reacios a contarle sus costumbres y hábitos, pero lo que sí le rogaron encarecidamente fue que no informase al gobierno japonés de que habían hablado sobre sus costumbres, pues tenían mucho miedo a posibles represalias. Isabella Bird, aun considerando a los ainu unos salvajes (no olvidemos que hablamos de alguien con una visión decimonónica), no escatimó en halagos y cumplidos hacia ese pueblo que la acogió durante alrededor de un mes y que hizo de su estancia un recuerdo inolvidable.

Como consecuencia de esta política de asimilación forzada, los niños ainu empezaron a tener nombres japoneses y a ir a colegios japoneses. Pobres, aislados y despojados de toda su identidad cultural no es raro que los ainu se sintiesen avergonzados de sus propios orígenes por miedo a ser discriminados. Y eso fue exactamente lo que le ocurrió a Kenji Matsuda.

La historia de Kenji

El pasado mes de diciembre pudo visitarse en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres la exposición del fotógrafo Adam Isfendiyar sobre los ainu en general y sobre Kenji Matsuda en particular. Adam asistía a un festival ainu en Toyama en 2016 cuando conoció a Kenji, que lo invitó a alojarse en su casa de Hokkaido, en Ainu Kotan, a cambio de que lo ayudase en su restaurante de ramen. Fue así como Adam acabó impregnándose durante dos años de la poca cultura ainu que ha quedado, y tal estancia tuvo su fruto, que no es otro que una serie de fotos del pueblo ainu y de la familia Matsuda, así como la visión personal de Kenji en cuanto a lo sucedido con sus antepasados basándose en su propia experiencia.

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Master – An ainu story (Adam Isfendiyar)

Kenji es el mayor de cinco hermanos, nació en 1954 en un pequeño pueblo pesquero al noreste de Hokkaido. Su madre era ainu y su padre era un japonés que trabajaba la madera y que había sido aceptado en la comunidad ainu. Tenía una tienda de recuerdos tallados en madera ya que las poblaciones cercanas al lago Akan pasaron a ser un lugar muy turístico. La pobreza obligaba a sus padres a trabajar incansablemente, por lo que fue su abuela la que lo crió y a la que él considera una segunda madre. Su abuela era ainu y había crecido durante el periodo Meiji en una de las zonas reservadas para el pueblo ainu en Hokkaido. Como de pequeña había sido discriminada por sus orígenes, nunca le transmitió la cultura ainu a Kenji ni al resto de sus nietos, tan solo les enseñó tres cosas importantes para ellos: no robar, no mentir y no esperar nada de los demás. Esta última enseñanza posiblemente aprendida por el maltrato recibido después de que los ainu fuesen prácticamente despojados de su identidad.

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Master – An ainu story (Adam Isfendiyar)

Kenji, al igual que otros niños, intentaba ocultar que era ainu y odiaba serlo porque por culpa de sus orígenes, y en consecuencia de su pobreza, los niños se metían con él. Su físico también era motivo de burlas pues, como él mismo cuenta, los ainu tienen más pelo que los japoneses y cualquier rasgo que lo diferenciase de los demás niños lo hacía carne de cañón para las mofas. El nivel de discriminación era tal que la propia palabra «ainu» era considerada un insulto. Ya no es que le dedicasen adjetivos peyorativos comunes, sino que habían convertido en un insulto la palabra que denominaba a todo un pueblo: el suyo.
Por todas estas razones no llegó a terminar el instituto, a lo que su abuela no se opuso ya que no veía ningún fruto en los estudios. Antes de dejar el instituto ya era ayudante de pescador, y cuando lo abandonó definitivamente se convirtió en pescador a jornada completa. Aunque este trabajo no le duró mucho, porque comenzó a marearse en el mar y acabó dejándolo. Con tan solo 16 años se marchó a Sapporo (capital de Hokkaido) en busca de trabajo. Allí comenzó pintando coches y volvió a chocarse con la discriminación cuando empezó a salir con una japonesa cuyo padre le obligó a que lo dejara por ser ainu. Esto lo llevó a intentar ocultar sus orígenes, porque en Sapporo había menos ainu aún que en su ciudad natal. Pero transcurrido un tiempo, dejó atrás esa vergüenza y llegó a convertirse en el presidente de la Sociedad de Preservación de la Cultura Ainu. Además, comenzó a interesarse por la cocina y en 1995 abrió su propio restaurante de ramen, Banya, que a día de hoy sigue abierto.

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Master – An ainu story (Adam Isfendiyar)

La historia de Kenji es solo una más de la de miles de ainu que se han visto en la posición de tener que renunciar a sus orígenes por miedo a la discriminación. Pero parece que por fin al pueblo ainu se le está dando más voz en diferentes medios culturales y artísticos. Un ejemplo es el anime Golden Kamuy (adaptación del manga que empezó a publicarse en 2015) que se estrenó en 2018 y que ha tenido bastante buena acogida. De la mano de Asirpa, una niña ainu, nos acercamos a las tradiciones ainu, a la figura de la mujer ainu y a la situación de este pueblo tras la guerra ruso-japonesa (1904-1905) a la vez que ella le transmite costumbres de su pueblo al soldado japonés Saichi Sugimoto.

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Aunque los ainu tengan ahora más voz que nunca no podemos pasar por alto que esa voz se la conceden otros, y eso no es otra cosa que un síntoma que nos indica que al pueblo ainu aún le queda mucho para obtener todos los derechos que en su día les fueron arrebatados tan injustamente.

Pies descalzos: Testimonio del horror de la bomba atómica en Hiroshima a través del manga

Cuando una catástrofe asola un lugar del mundo tendemos casi siempre a pensar primero en las personas que han fallecido al instante o a los pocos días. Es normal, es un pensamiento que entra en nuestra cabeza como un río desbordado y durante un momento nos inunda el cerebro. Luego, tal vez nos paremos a reflexionar sobre aquellos que han sobrevivido a la catástrofe: «¿Qué será de ellos? Bueno, al menos están vivos, eso ya es algo, ¿o no?».

Alguien que sobrevivió a uno de los peores episodios de nuestra historia fue un niño de Hiroshima de tan solo seis años que perdió a toda su familia, a excepción de su madre y de una hermana pequeña, cuando su propia casa se les vino encima aquella mañana del 6 de agosto de 1945. Hablo del mangaka Keiji Nakazawa, que años después reflejó su experiencia en varias obras. Pero sin duda, la que más fronteras ha traspasado, la que podemos encontrar en el Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima es Hadashi no Genconocido en España como Pies descalzos.

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Keiji Nakazawa, autor de «Pies descalzos».

Nakazawa usa su experiencia personal para hacernos llegar la historia de los que tuvieron suerte, de los supervivientes a la bomba atómica que lanzaron sobre Hiroshima y de cómo algunos lograron salir adelante a pesar de que tenían todas las de perder. Este manga es una lección de historia más valiosa que cualquiera que se pueda aprender en clase. La historia de Gen Nakaoka abre interrogantes que te llevan a buscar más información. Estas son algunas de las cosas que podemos aprender leyendo Pies descalzos.

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Gen y Ryûta.

Yakuza para los huérfanos y Philopon para los soldados

Una guerra no acaba cuando uno de los beligerantes se rinde. Sí, la lucha armada ha terminado, los soldados vuelven a sus países, parece que todo se restaura, pero sabemos que no es tan sencillo. Los periodos de posguerra pueden ser tan duros como los de la misma guerra. En el caso de Japón, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, las personas encontraron un país devastado por la pobreza y el hambre. El emperador, los altos cargos militares y los zaibatsu (monopolios controlados por cuatro familias) habían destrozado la vida de millones de sus propios compatriotas en un intento de demostrar su supuesta superioridad frente a otros pueblos de Asia Oriental. Niños que se quedaron sin padres y soldados que habían luchado por la causa imperialista fueron relegados a la más extrema miseria.

Nuestro protagonista es un niño que pierde a la mayor parte de su familia y que se va encontrando con más niños a los que la guerra ha dejado huérfanos. Entre ellos está Ryuta, que durante un tiempo se ve obligado a trabajar para la yakuza. Porque tras la bomba muchos de los huérfanos fueron captados por la mafia y las niñas eran vendidas para ejercer la prostitución. La falta de productos llevó a la creación de un mercado negro donde había productos alimenticios de todo tipo, pero a precios altísimos. Comprar unos pocos gramos de arroz era imposible para un niño sin ningún recurso, por no hablar de pagarle a un médico. De esta situación se aprovechaba la yakuza.

Ryuta se ve obligado a entrar en la yakuza para costear los gastos médicos de la señora Nakaoka, que ahora es lo más parecido que tiene a una madre.

Otros que terminaron totalmente desprotegidos eran los soldados. Muchos, al regresar a sus ciudades lo habían perdido todo y acababan pidiendo dinero en la calle

A lo largo de todo el manga podemos ver que Gen se encuentra con soldados que piden dinero en la calle.

Pero si hubo algo que acabó con ellos fue el Philopon. No es ningún caso excepcional que los soldados sean drogados para que ejecuten mejor su cometido. El Philopon era metanfetamina, se creó en 1941 para que los soldados japoneses luchasen sin miedo, para que los kamikazes llevaran a fin la orden que les habían dado. Es normal preguntarse cómo podrían esos hombres estrellarse de forma premeditada, uno de los factores era el Philopon. Esta droga también se les administraba a los trabajadores de las fábricas armamentísticas. Tenían que ser productivos, y el Philopon les quitaba el hambre y el sueño. El propio nombre dejaba claro su cometido: philo (amor) y ponos (trabajo) = amor por el trabajo.
Así podían mantener la maquinaria de la guerra en continuo funcionamiento. Al final de la guerra el  Philopon les sobraba a espuertas, así que el gobierno lo vendió a un precio bajo. Los soldados y los trabajadores que lo habían estado consumiendo se habían vuelto adictos, y su venta libre y barata hizo que se llegase al millón y medio de consumidores, entre ellos también gente joven, como es el caso de uno de los amigos de Gen, que tras probarla se vuelve adicto porque le hace olvidar la situación tan miserable en la que se encuentra. Su prohibición llegó en 1951, pero esto no impidió que la yakuza tomase el relevo y la producción se vio aumentada.

El primer contacto de Gen con el Philopon. Curiosamente es su amigo, el que más tarde se va a convertir en adicto, el que le explica lo que es.

Cobayas humanas

Gen no es el único de su familia que sobrevive a la bomba. Su madre, embarazada, también se libra, al menos durante un tiempo. Porque sobrevivir al impacto de la bomba no significaba haberse salvado, la radiación estaba presente  y se manifestaba de diferentes maneras y en diferentes tiempos dependiendo del nivel de exposición. A estas personas se les llamó hibakusha, y sufrieron un gran estigma social (incluso sus descendientes) debido al desconocimiento de los efectos de la radiación.
En ese clima de posguerra que suponía pobreza para casi todo el mundo, la mayoría de las personas enfermas no podían permitirse un tratamiento médico adecuado por falta de dinero. Vemos como Gen lucha porque atiendan a su madre y a su hermana recién nacida. A pesar de la primera negativa de Gen, unos investigadores estadounidenses atienden a su madre, pero no con la intención de curarla.
Tras el lanzamiento de las bombas atómicas, en 1946, el presidente Truman ordenó la creación de la Comisión de víctimas de la bomba atómica (ABBC: Atomic Bomb Casualty Commission). El nombre que eligieron tal vez nos dé una idea equivocada, tal vez nos haga creer que era una comisión para ayudar desinteresadamente a las personas inocentes que habían sufrido las consecuencias de la bomba, pero era realmente una comisión con un objetivo puramente científico: investigar las consecuencias de la bomba atómica en el cuerpo humano y en el medio ambiente. Por lo que no trataban a los supervivientes, solo aceptaba casos de estudios especiales que pudiesen ayudarlos en su investigación, y el tratamiento que recibían era por un tiempo limitado. Era por esto que la gente no confiaba en ellos, y por eso Gen se muestra tan reacio a que traten a su madre, porque sabe que tienen otros intereses más allá de curar a las personas y que en cualquier momento pueden darle la patada.

Tras llevar a la señora Nakaoka a la ABCC.

El rojo: un color peligroso

En esta historia Gen se topa con adultos que lo decepcionan sin parar, no son pocas las ocasiones en que los niños demuestran más sentido común y compasión que los mayores. Pero hay un par de adultos que se salvan, entre ellos el maestro de Gen, un hombre combativo que se muestra en contra de la guerra y de la pésima gestión que hubo después de esta. Vemos que en cierto punto de la historia lo echan de su puesto por ser subversivo y se ve obligado a seguir dando clases en su propia casa a petición del propio Gen. El hecho de que despidiesen a un maestro no es ningún recurso de Nakazawa para hacer la historia más dramática, fue algo que ocurrió durante la ocupación estadounidense y que se denominó red purge (purga roja). No fue algo único de Japón que las personas de izquierdas se viesen perseguidas, estamos hablando del macartismo.

Cuando el general McArthur ocupó Japón en 1945 ya tenía el terreno allanado en su agenda contra los grupos de izquierda del país, que quería convertir en su base para acabar con el creciente comunismo en Asia Oriental. En el periodo Meiji un grupo de anarquistas había planeado matar al emperador, lo que posteriormente supuso un gran control de grupos políticos que estaban en contra del emperador y que resultaban una amenaza para el imperio japonés. Se creó entonces la policía secreta japonesa, Tokubetsu Kōtō Keisatsu, más conocida como la Tokkō. Estaba dividida en seis departamentos, entre ellos la policía del pensamiento. Básicamente iban a por los grupos de izquierdas, muchos de ellos profesores y universitarios, tanto socialistas, comunistas como anarquistas. Había informantes civiles por todas partes y te podían delatar si no tenías un poco de cuidado. En 1945 esta policía desapareció, podríamos pensar que el gobierno estadounidense les hizo un favor a los japoneses, pero la cosa no quedó ahí, porque el anticomunismo siguió muy presente durante los años de la ocupación.

Durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial un gran número de trabajadores del sector público y privado, así como sindicalistas, fueron despedidos por tener una ideología de izquierdas. Era el inicio de la Guerra Fría y los estadounidenses querían escarmentar a los ciudadanos subversivos para que otros no siguiesen su ejemplo. Por supuesto, esto también afecto al Partido Comunista, cuyo líder, Kyuichi Tokuda, incluso se vio obligado a exiliarse en China. Los parlamentarios comunistas fueron expulsados y los miembros despedidos de sus cargos públicos. El periódico comunista fue prohibido, al igual que otras publicaciones de la misma vertiente. Era inevitable que la red purge llegase a los medios, porque no podían permitir que los ciudadanos encontrasen otros puntos de vista ni se viesen animados a luchar por sus derechos. Otro sector que se vio también especialmente afectado fue el de la educación, muchos profesores perdieron su trabajo. Se estima que en total la red purge supuso el despido de 40 000 personas. Los encargados de ejecutar dichos despidos eran el gobierno japonés y los círculos de empresarios, pero la orden venía de las fuerzas de ocupación estadounidenses. En un periodo de posguerra perder el trabajo de esa forma llevó a la desesperación a muchas personas hasta el extremo de suicidarse. Y algunos de los que a día de hoy siguen viviendo han procedido a demandar al estado para obtener una recompensar y para recuperar su honor, aunque de momento con poco éxito.

El maestro de Gen le explica en qué consiste la red purge.

Nakazawa nos da una lección de historia en toda regla, es crítico con el ejército de ocupación estadounidense, pero también con el emperador y con los responsables de llevar a la muerte y a la miseria a millones de personas. Es un alegato en contra de los poderosos que manejan el mundo y enfrentan a personas, y esta lección la vemos reflejada sobre todo en el padre de Gen, un hombre que está en contra de la guerra, que no se ha creído el cuento de que Japón vencerá ocurra lo que ocurra, de que son superiores a otras personas. Y expresa su opinión sin miedo, a pesar de que en la comunidad es visto como un traidor. Gen recoge esta enseñanza y jamás la olvida durante los años de posguerra. La imagen y las palabras de su padre son el motor que lo impulsa a seguir adelante y a luchar por las personas.

Decidirse a leer este manga es embarcarse en una historia triste pero real y con pequeños atisbos de esperanza. Es un viaje que te vapulea, te da la mano, y cuando te estás levantando vuelve a empujarte si cabe todavía más fuerte. Dicen que la historia la escriben los vencedores, pues esta historia la escribió alguien que no venció, alguien que perdió prácticamente todo. Es la historia de Gen Nakaoka, pero también es la historia de miles de niños que quedaron huérfanos. Es la historia de la peor cara del ser humano, pero también de la mejor. Es la historia de la desgracia, pero también de la esperanza.