El film ‘Feliz Navidad Mr. Lawrence’ de Nagisa Ōshima y por qué su orientalismo es una movida

por José Fernández

Feliz Navidad Mr. Lawrence (1983), conocida en japonés como Furyō es otra de esas obras inagotables del director japonés de cine Nagisa Ôshima. Inagotable e inmortal. Por ejemplo, inagotables podrían ser las perspectivas desde las que se pueden abordar sus largometrajes e inmortal por lo universal y atemporal de sus estos, ya sea en sus obras más “oníricas” o en las de un corte y tratamiento más social, antropológico o histórico. Esta peli en cuestión se estrenó a principios de los ochenta y se basa en una novela (la cual de forma cruel e interesada obviamos aquí). Compitió por la Palma de Oro en Cannes. Ryūichi Sakamoto quien ganó un BAFTA por componer la banda sonora, también co protagonizó la película junto a David Bowie, Takeshi Kitano y Tom Conti ¿Cuántas veces habrá ocurrido esto en la historia del cine? ¿Cuántas veces puede reunirse un equipo y reparto que es a la par que peculiar un verdadero sueño húmedo para los melómanos y cinéfilos japonistas como para los que no lo son? Osea, sí o sí.

Orientalismo. Uno colgando y el otro…

El peligro del mensaje orientalista en Occidente, genera en este último infinidad de inquidades, representaciones erróneas, falacias y medias verdades. Dicho mensaje busca encender la luz en una oscuridad que se divisa en el Este, sin embargo no consigue más que prender una pequeña antorcha en la inmensidad del vasto continente asiático. Esta lúgubre y sombría situación en la que Occidente coloca a Oriente, tanto en el pasado como en la actualidad, no es más que una visión equívoca y anticuada y con un carácter meramente funcional. Concretamente, la función de gobernarlo y domarlo. Vamos, lo que ya sabemos… o al menos deberíamos saber.

Y es que Occidente ha comprado esta visión a niveles que son bastante sorprendentes. A esta forma de malentender Oriente se le ha otorgado tal dosis de normalidad y lógica que ha terminado por resultar en una mezcla terriblemente peligrosa. El peligro del orientalismo. ¡Pam! Un clásico de las parrafadas. Un fenómeno que nos daba tremenda pereza traer a acchiKei, pero que haciéndolo a través de un film de Ōshima se hace bastante más fácil de llevar. Pero es que el orientalismo es grave y sobre todo cuando es incrustado en la razón humana y transforma las psiques de algunas personas en las de seres virtualmente superiores a otras. El orientalismo te transforma en un ser sobresaliente, con todas las connotaciones negativas que pudieran aplicarse a este adjetivo. Un ser dominante y resabido, incluso cuando su búsqueda está inspirada por un supuesto amor por lo desconocido (Oriente) y que ansía conocer. «¡Qué guapos están los toriis! ¡De esto no hay en mi pueblo!» -espetó alguien alguna vez. «¡Quiero ser más japonés que los japoneses! ¡Ojalá alguien haga un anime sobre mi vida!» -rezó el diseño de una sudadera para chica que puede comprarse a día de hoy en Bershka.
En fin, que “el occidental” busca integrarse en «su Oriente”, su idealizado pero no el verdadero Oriente…. Como le pasa al Jeremy Irons del film M. Butterfly (1988) de Cronenberg. 

Aquí, en los sotanos de acchiKei, me molaría que hiciéramos un pequeño experimento. Sujetaremos, por la solapa, a la visión orientalista y la expondremos a dos situaciones distintas. Dos situaciones en la cual el orientalismo se desenvuelve de forma peculiar, torpe e incluso incómoda. Para que me entiendan mis buenos amigos y compatriotas otakus: aquí vamos a encontrarnos con un orientalismo que se encuentra incómodo. Incómodo, por ejemeplo, como si le hablases de la situación de los stonks a Brock, el chino buena gente de Pokémon, y este no se enterase de nada. Si conseguimos poner al orientalismo contra las cuerdas, podremos observar cómo se desenvuelve cuando ha de realizar su labor en un lugar, o individuo, desconocido para él. Os invito a pasar a este “laboratorio reservado” del sabio Ziauddin Sardar que es Oriente. Allí cometeré el supuesto error de ignorar el objeto científico (Oriente) y dirigiré mi mirada directamente a los científicos que conducen el laboratorio (orientalismo). Mi instrumental básico para el experimento será, porque es una película totalmente recomendable y su producción es un milagro de Susanoo, la película Feliz Navidad Mr. Lawrence (1983).


PARTE UNO

En Feliz Navidad Mr. Lawrence sale David Bowie pero también pasan otras cosas interesantes

Ōshima nos traslada hasta el año 1942, a una prisión japonesa en la indonesia isla de Java. El ejército japonés, inmerso en plena Segunda Guerra Mundial y en su lucha por el control del Pacífico, establece un campo de prisioneros en dicha isla para poder tener bajo vigilancia a los enemigos capturados y por consiguiente extorsionar y sonsacar información militar valiosa al ejército rival. 

Ya en las primeras secuencias se nos muestra, no sin intención, la actitud violenta del Sargento Hara. Por cierto, interpretado por otro maestro del cine y del todo: Takeshi Kitano (1947). Un soldado guarda japonés del campo de prisioneros visita a un prisionero holandés durante tres noches. En la última de estas, el Sargento Hara sorprende a ambos realizando actos sexuales. Hara, incapaz de imaginar que los actos sexuales fuesen permitidos por el prisionero holandés Karl de Jong, no dudó en afirmar que se trataba de una violación por parte del guarda japonés. En los ojos del Sargento Hara, en su mirada, hay un destello de ira que es casi metáfora de la dureza con la que el ejército japonés trataba a sus propios hombres. El insulto a la hombría, a la patria o a lo que fuese, hace que el Sargento Hara decida castigar a su propio compatriota con el seppuku. Estoy seguro de que sois muy estudiosos (y un poco otacos como yo, ¿quién no lo es hoy día?) y que sabéis ya de sobra de que va el seppuku. El ¿impopular? ritual de suicidio/autosacrificio japonés, que era empleado como remedio infalible contra el deshonor por parte de los samuráis, etcétera.

El Coronel John Lawrence (Tom Conti), británico, europeo y representante de Occidente, no puede dar crédito a la decisión de Hara. Lawrence, prisionero, a pesar de encontrarse en una situación desfavorable, expone sin tapujos su mayor rechazo a la “tradición oriental” del seppuku, hasta tal punto que en su alarmante sorpresa y denuncia reduce casi al absurdo a este viejo ritual japonés. Critica duramente el acto y no duda en tildarlo de locura obsoleta. La posición se reafirma cuando en una conversación con el Sargento Hara, este ensalza a Lawrence, preguntándole cómo un oficial tan válido como lo es él soporta la vergüenza de vivir capturado. En respuesta Lawrence niega a la muerte como un final viable, es mas, le parece un acto de penosa cobardía. El eterno dilema. Tampoco comparte la decisión basada en la tradición japonesa que lleva al Capitán Yonoi, interpretado por Ryūichi Sakamoto, a imponer un luto de ayuno (práctica propia del ascetismo budista, shugyou 修行) por el compatriota fallecido en el seppuku. Por lo tanto, aquí, y dejémoslo en aquí por ahora, el occidental Lawrence se auto posiciona, de manera casi inconsciente y patológica, con un criterio superior al japonés.

Lejos de ser un personaje estereotipado, Lawrence domina la lengua japonesa y simpatiza con los nipones. Su orientalismo es dual y dicotómico. La cerrazón con los japoneses del Comandante británico hace a este acudir constantemente en busca de la ayuda de Lawrence. En una de estas ocasiones, Lawrence sosiega al Comandante con una frase tan paradójica y jodida al mismo tiempo como lo es: “Tranquilo, yo conozco a esta gente”. La seguridad orientalista de Lawrence para afirmar tal cosa resulta casi cómica teniendo en cuenta su reciente acto de incomprensión hacia el seppuku. “Tranquilo, que yo malconozco a esta gente”, quizás sea más accurate. Representa aquí Lawrence a esa “institución corporativa occidental” que Edward Said estimaba capaz de “realizar afirmaciones sobre Oriente y autorizar perspectivas relacionadas con él” para en última instancia dominarlo.

Un último rasgo relacionado con la visión orientalista de Lawrence es su ¿acentuado? japonismo. En una ocasión menciona a Yonoi que su recuerdo preferido de Japón es el de la nieve. Es representativa la estampa paisajística del Japón nevado, de autores como Hiroshige o Hokusai y, si tiramos del hilo, es fácil encontrar el origen. Estamos hablando de toda aquella tradición japonista que tuvo su origen con las estampas de grabados japoneses que venían con los productos importados desde Japón y que llegaban a Europa durante la segunda mitad del siglo XIX. De esta moda de la admiración por el exotismo de lo japonés participaron algunos pintores de renombre como Van Gogh o Gauguin o coleccionistas y marchantes de arte en busca de llenar sus galerías o hacer nuevas fortunas.

Seguidos de Lawrence y Hara, el otro tándem importante lo conforman Jack Celliers (David Bowie) y el ya mencionado Capitán Yonoi. La forma en la que el japonés Capitán Yonoi es presentado como un dirigente implacable y autoritario atestigua la deplorable imagen que Marco Polo y sus andanzas confirieron a Asia presentándola como una horda descorazonada, fría y cruel, empeñada en dominar el mundo. Hostia… Vaya analogía más gratuita… ¿O QUIZÁS NO?… Porque algunas de las connotaciones negativas del orientalismo atribuidas a esta parte de Asia vienen de ahí.

¿Dónde están las mujeres?

La homosexualidad y feminidad son dos de los pilares de esta concepción estereotipada de la sexualidad e identidad oriental que ha promovido el orientalismo. Amariconaos y afeminaos (wow, alta cultura…), lo cual, obviamente, ni tiene que ser verdad ni tiene que ser malo (debería decir y pensar cualquiera que escriba desde el siglo XXI). Al Capitán Yonoi le destrozan su estereotipo despiadado con una atracción homosexual hacia Jack Celliers, un preso potencialmente peligroso al que libra de ser fusilado. Y ya estaría la receta lista: dilema existencial enrevesado que atraviesa a Yonoi directamente. Soy macho, pero no mucho. (El tema de la representación de la homosexualidad y la problemática que representa en la película es realmente a thing y daría para otro artículo entero, incluso más largo e interesante que este).

El orientalismo ha adjudicado gratuitamente la homosexualidad como propia de Oriente con el objetivo de fragilizarlo y tener la excusa perfecta para poder gobernarlo. Tuya sí, mía no. Casual y paradójicamente, Yonoi se siente homosexualmente atraído por Occidente, pero es silenciado y bloqueado por esta visión dictatorial proveniente del exterior, es decir el orientalismo. Este ha calado profundamente en el continente asiático sin permitir a Yonoi pronunciarse y obligándolo a avergonzarse de ello.

Un orientalismo apresado en una isla de Java en plena Asia y que a pesar de ello sigue convencido de su indudable hegemonía sobre Oriente. Se trata de una herramienta potente que no vacila frente ningún mandato oriental y que se niega en todo momento a reconocer algún patrón subalterno occidental incluso en una posición de inferioridad vitalmente peligrosa.

Su poder ha calado profundamente en el objeto Oriente, lo ha desdibujado y redibujado a su merced y se ha apropiado ciertos valores y saberes como suyos propios. Como ejemplo muy simplón, pero representativo, podemos ver en Feliz Navidad Mr. Lawrence a soldados portando aparte de sus tradicionales katanas, fusiles occidentales, que desarrolló Europa tras apropiarse de la invención china de la pólvora y de las armas de fuego rudimentarias y originales. Sí, es muy retorcido y obvio. Los japoneses ya compraron mosquetes a los europeos hace mucho tiempo, pero el contraste sigue siendo válido.

Actitudes despóticas aisladas como las del Sargento Hara y el Capitán Yonoi han sido utilizadas por Occidente para tachar de frío y autoritario a un continente al completo. Como ahora conviene lo contrario pues sirve tener la mecha muy corta. Se hace aquí muy visible el peligro del mensaje orientalista del que hablaba al principio y que tiene consecuencias sociales y políticas. El argumento en su final hace un ejercicio fallido de desmontar el estereotipo con el hecho de que Yonoi abandone a su muerte a Celliers finalmente, pues reafirma la crueldad asiática.  ¡OJO, SPOILER! Mierda, esto se avisaba antes, ¿no? Sorrymasen (*un tremendo cringe recorre su espalda).

Como si de un dios se tratase, el orientalismo, ha dictaminado que la mente oriental es inferior, irrevocablemente femenina e incapaz de autogobernarse y que, por lo tanto,  la supremacía de Occidente obliga de manera natural a dominar y a juzgar Oriente, un poquito a la manera que le plazca. Tanto es así que ha criticado desde su interior al seppuku y la filosofía del autosacrificio propia de la cultura japonesa, pasando por encima sin mucha reflexión, pero ha decidido, por otro lado, idolatrar su exotismo. ¡Oh, man…!

Por cierto, a estas alturas os habréis dado cuenta de que las mujeres apenas existen en el universo de esta película y ello, muy seguramente, fue intención de Ōshima para poder expresar de forma más rotunda la intención del mensaje.


PARTE DOS

La competición entre los hombres ha sembrado en la tierra un árbol cuyo principales frutos han sido guerra, dolor, desesperanza… Podríamos considerar a esta competición, prácticamente como una tradición innata, con su origen en la propia naturaleza humana. Las ansias de dominio, posesión y demás características del poder germinaron en los albores de la civilización y se perpetrará hasta el final de esta. Tanto Occidente como Oriente, si es que eso existe hoy, han sido testigos de este comportamiento, que lejos de estar aislado, se encuentra en cada uno de los rincones del planeta: desde el más gigantesco núcleo de población hasta el más minúsculo grupo social. Un “universo humano” concentrado en el mismo orbe y consciente de una clara, visible y peligrosa fractura social. La condición de “ser humano social” aristotélica ha fracturado, de manera natural, la sociedad, en al menos dos partes bien diferenciadas: dominantes (colonizadores) y dominados (subalternos). Pues también hay mucho de esto en este film japonés.

Mucha katana pero…

El estandarte del discurso colonial que han portado los dominantes ha ensombrecido por completo al inmenso resto de individuos. Sumergidos entre las sombras se les ha impedido ver su propia cultura. En esta prisión de sombras colonizadora existe tan solo un pequeño orificio. El individuo dominado y subalterno que arroje su mirada hacia este orificio tan solo podrá quedar cegado por una intensa luz exterior llamada Occidente y en consecuencia deambular entre los claroscuros del territorio colonizado mientras experimenta las distintas imágenes residuales del discurso colonial. 

Sin embargo, y es en esta cuestión por la cual quiero moverme y analizar, estas sombras colonizadoras no han cubierto tan solo a una serie de individuos desprovistos de cualquier tipo de autoridad. Japón y otros países, junto con sus ejércitos y sus respectivos líderes, han sido atrapados y subalternizados, dando lugar a un tipo de subalternidad distinta a la común del pueblo. Si el discurso colonial introduce en la mente subalterna conceptos de inferioridad, en la mente del “líder subalterno” imprime una presión fuertemente ambigua que queda bien representada en la trama de Furyō (recordamos, nombre japonés para Feliz Navidad Mr. Lawrence)

La singular situación que se da en este campamento de prisioneros (o quizás represente una situación que fuera bastante habitual, no sé) es redil para una gran cantidad de tensiones políticas, sociales e incluso sexuales. Hemos charlado un rato ya sobre el fenómeno del orientalismo enfrascado en un ámbito hostil a su mensaje, tal y como se ilustra en el largometraje, pero, llegados a este puerto y teniendo claro el mensaje crítico del sujeto orientalista, viraremos ciento ochenta grados la mirada hacia los subalternos. Ahora observaremos como esta implacable herramienta orientalista ha sido recibida por los líderes japoneses. ¿Qué factores han sido los causantes de esta ambigua respuesta? ¿Cómo un determinado grupo social o individuo puede continuar siendo subalterno a pesar de encontrarse en condiciones favorables para sí mismo? ¿No deberían ser los subalternos los prisioneros y no sus “carceleros”?.

La vuelta a la tortilla. Subalternidad en condiciones de poder

El co-protagonista Capitán Yonoi es en sí mismo una síntesis de toda subalternidad que podamos encontrar en el largometraje. Su comportamiento al completo expone todo tipo de rasgos que justifican esta subalternidad. Me dispongo a salir por lo tanto del laboratorio pseudo científico desde el cual observamos al orientalismo anteriormente, para acomodar a los personajes de la película en un imaginario diván y actuar como su pseudo psicólogo.

Adjetivos como autoritario, dictatorial, rígido o implacable, son reducidos a una mera tapadera cuando nuestra mirada escudriña atentamente la actuación del Capitán Yonoi. Detrás de este conjunto de adjetivos que conforman el estereotipo, se esconde un sujeto sensible, inferior y fuertemente pasivo, por sus traumas pasados o simplemente por ser así y ya está.

El culmen de su pasividad podría ser que estuviera en una conversación que tiene con el prisionero Lawrence hacia la mitad de la película. Yonoi y Lawrence observan como el Sargento Hara recita unas oraciones para honrar la muerte de un soldado fallecido mediante seppuku (quien dice fallecido dice obligado a suicidarse). Lawrence no duda en romper la ceremonia japonesa con un perfecto inglés para cuestionar las decisiones de Yonoi. Es conocido el enaltecimiento que muchos japoneses de la época hicieron de sus tradiciones, sin embargo, ¿cómo un capitán del ejército japonés no es capaz de defenderlas?. Yonoi ni siquiera reprocha a Lawrence estar usando el idioma anglosajón y en consecuencia rompiendo una ceremonia tradicional. No cuestiona de ninguna forma la autoridad de Lawrence para hacerlo. Aún más grave es que, acto seguido, Yonoi responda a Lawrence en su idioma. No observamos en esta situación, algo más lógico aunque cruel, como la maniobra nazi de hablar a sus presos extranjeros en alemán para conseguir descolocarlos y atemorizarlos. Aquí es el caso contrario: un capitán japonés adoptando el idioma de los apresados. Esta actitud lo posiciona inevitablemente a la altura del prisionero, mermando considerablemente su autoridad sobre él y Nagisa Ōshima no escribe la escena así por gusto ni por casualidad.

La subalternidad no podría ser más evidente. Yonoi ha aceptado tan profundamente el empleo del lenguaje inglés en su territorio que incluso él lo está usando. Acepta la manera discursiva de Lawrence e incluso se ve superado por los márgenes de esta. El Capitán Yonoi ha otorgado al inglés una capacidad colonial y su vez se ha dejado colonizar por ella. Además ha obviado por completo la irrespetuosa actitud de Lawrence hacia la ceremonia funeraria japonesa, con este acto deslegitimizando a su propia cultura frente a la anglosajona.

Otros rasgos de la asunción del dominio occidental pueden ser observados en la misma conversación, a medida que esta se va construyendo. “Maldito cerdo” insulta Lawrence a Yonoi. “No pienso morir por usted” le dice unos momentos más tarde. En un breve espacio de tiempo, un desbocado Lawrence ha insultado y desautorizado a Yonoi. Rápidamente, un soldado japonés que se encuentra en la habitación se dispone a castigar como debiese proceder al prisionero. Instantáneamente, Yonoi, como si de algo inadmisible se tratase, detiene a su soldado y prohíbe que hiera a Lawrence. El líder Yonoi ha concebido como impensable, de manera autómata, el castigo a este teniente coronel John Lawrence, el cual hace unos pocos segundos no ha hecho otra cosa que insultarle directamente. El complejo del subalterno como causa de un potente discurso colonial, que lobotomiza y anula toda autoridad o capacidad de auto-enunciación.

La aceptación del dominio occidental queda totalmente sentenciada y esta subalternidad situada en el poder, que encarna Yonoi, es más drástica en él que en cualquier soldado. La “radiación” del discurso colonial incide directamente en los líderes subalternos, y en menor medida en los súbditos de estos… o algo así. Esto es debido al cómo ha sido construido el discurso colonial. Occidente ha concebido el discurso colonial de manera que su mensaje llegue en mayor medida y en primer lugar a los más altos estamentos. El discurso colonial esquiva las tropas de choque enemigas y se dirige directamente a los líderes que se encuentran en la retaguardia. Un pueblo sin líderes queda fatalmente dislocado y el discurso colonial, por tanto, ha cumplido su función. Entonces es cuando la gente empieza a aceptar que el emperador no es el hijo de Dios y que Japón va a tener que pasarlo regular durante la ocupación americana.

Si Yonoi sintetiza la subalternidad en la película, la súper mítica escena final coloca la guinda a este pastel de contradicciones. La historia se invierte y, un viejo conocido de Lawrence, el Sargento Hara, ahora se encuentra ahora paradójicamente preso al término del conflicto. En una prisión británica y confinado en una austera celda, Hara es visitado por Lawrence:

-Sargento Hara: No lo entiendo. Mis crímenes no fueron distintos de otros.

-Lawrence: Es usted una víctima de los hombres que creen tener la razón, al igual que un día usted y el capitán Yonoi estaban convencidos de poseerla. Y la verdad es que nadie tiene razón.

El sentimiento que le produce a Lawrence la presencia de Hara en la celda hace que aflore en él un proceso ¿contra-colonizador? y empático. Reconoce la supremacía de nadie y la razón de ninguno. Se pone, digamos, los zapatos del otro. Lawrence, en este trágico final, suaviza un poco el “campo de batalla” del que hablaba Keith Jenkins (Repensar la Historia, 1991), que es la historia, en el que cada colectivo desarrolla e interpreta los acontecimientos en beneficio propio. Lawrence termina por reconocer la invalidez del argumento colonial racista y su problema de identidad.

Aún así, ahora, el antiguo Sargento Hara ha aceptado su condición subalterna de prisionero, ha aprendido inglés y se ha subyugado definitivamente. Con una triste sonrisa y en el idioma de su dominador, se despide para siempre con la frase que da título al largometraje: “¡Feliz Navidad, Mister Lawrence!”.

Para sintetizar. Hemos observado la condición de subalternidad emplazada en una situación de poder para los japoneses, en un escenario donde ellos eran los cazadores y los carceleros. Pero este poder se ha deconstruido para posteriormente ser completamente tumbado por un discurso colonialista perfectamente diseñado para atacar el centro de su objetivo y al centro de la “cultura rival”. La poderosa prosa del discurso colonialista transformó a algunos de los líderes japoneses en meras marionetas con el fin de confundir el rumbo de una nación entera. Sin líder, orden ni concierto, las comunidades afectadas quedan expuestas al dominio de Occidente que las ahoga. Aún así, por supuesto, también hay que tener súper en cuenta que en el caso de Japón, durante la Segunda Guerra Mundial, quizás fuese peor lo que ya tenían en casa. #makelovenotwar

Cualquier discurso colonialista que sea aceptado por un individuo es, desde su raíz, un ejercicio de imposición sin fundamento y completamente cuestionable. Por ello, tarde o temprano y sorpresa para nadie, aparece la respuesta poscolonial. En el caso de Japón dicha maniobra se supo aprovechar magistralmente. Tras los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial que aparecen en la película de Ōshima, un Japón subyugado por Estados Unidos ha sabido sacar partido de la situación para posicionarse a día de hoy como una de las principales potencias económicas del mundo (#deudapúblicamásaltadelmundo). Los líderes de Japón han creado a un subalterno fantasma, en cuya fachada se muestra un país vulnerable, mientras que en la trastienda han ido guardando todos aquellos utensilios occidentales que ha ido necesitando para poder llevar a cabo el, conocido en economía como, “milagro japonés”. Pero eso ya es el guión de otra peli distinta.

‘Japón en su Historia’ de la editorial Satori es la next-gen de los libros de historia japonesa

¿Por qué Japón en su Historia de la editorial Satori es la next-gen de los libros de historia japonesa?

Antes de nada. Este post va sobre un libro que cuenta TODA la historia de Japón. Se titula Japón en su Historia: De los primeros pobladores a la era Reiwa y lo edita Satori. Sus autores son Andrés Pérez Riobó y Gonzalo San Emeterio Cabañes. Ambos gallegos. Ambos doctores expertos en Estudios Japoneses. El formato es rústico con sus solapas. Tiene 528 páginas pero las dos primeras y las dos últimas están en blanco. Así que 524 páginas. Eso pasa en todos libros. No os rayéis. Cuesta 30 euros y era difícil pedir menos. Una obra esencial y recomendada tanto para quienes le interese introducirse en la historia y sociedad de Japón, como para aquellos ya más conocedores que quieran profundizar y contar con el manual de cabecera más completo que puede encontrarse en castellano.

Es una obra esencial para todo interesado por Japón. Podéis consultar su ficha y comprarlo haciendo click aquí.

“¿Japonismo qué es?” Te habrán preguntado. Me habrán preguntado. “¿Qué te gusta Japón?” Sí, podría ser eso, aunque ni de lejos es algo tan simple ni tan nuevo. Pero… va, tomémoslo por un sí. Japonismo es que te gusta Japón. Te dediques o no a aprender/investigar sobre el país. Abracemos esa idea hasta estrangularla y saquemos conclusiones precipitadas.

Me refiero a qué supone ser japonista (cringe intensifies). Qué supone ser japonista más allá de leer cada día sacadas de chorra en Twitter sobre cuánto sabe x supuesto estudioso sobre los kanzashi de las geishas. Más allá de enhebrar hilos sobre el cine de Ozu o Mizoguchi que la peña termina leyendo a medio gas. Porque, repámpanos, es imposible contar con la suficiente capacidad de concentración para recorrer tales distancias en Twitter sin distraerte con cualquier otra movida. Qué es ser japonista más allá de las deliciosas proclamaciones de expertólogos en todología sobre el valor del refinamiento de la tsuba de la katana que portaba el primo segundo de Toyotomi Hideyoshi (kokoro kara, gracias por traernos tanto). ¿La chavalería neotrapwavera que desde sus applicados teléfonos móviles collagean recortes manganime y los combinan con las músicas de la España más cañí también son japonistas? DEP oldschool otakus. También lo serían aquellos sabios influencers que dicen que el mejor yakitori del mundo es uno que se ha comido hoy en Omoide-pontocho (o el de un local secreto que han visitado en Google Maps). O aquellos otros que practican el techno bailoteo en una oscura esquina de la Liquidroom en Ebisu. Quizás ser japonista es disfrutar de esos locos del junk, cuyas cacerías de retro entretenimiento en tierras inhóspitas son lo mejor y a su vez el culmen del voyeurismo implícito en el consumo de videoblogs (#metaconsumo) ¡Oh señor Frodo, esto es lo más lejos que he estado nunca de Akihabara! También están los fotógrafos que… hacen fotos o la fresh peñita que no se hace un tokyo club tour si no lleva la suficiente batería en el móvil como para documentarlo todo en sus Instagram Stories (#postureo). Ojo, que estas pequeñas piezas audiovisuales están mejor rodadas que cualquier intento actual de cinema verité formulesco preparado para consumir en Amazon Prime Video (#publicidad).

Para mí, ser japonista es saber que las punticas de las pagodas se llaman sōrin. Tener instalado ese conocimiento concreto, esa parcela específica de la arquitectura monumental religiosa y asíatica. Estar en posesión de ese conocimiento, sin la previa consulta bibliográfica o el ya clásico fast check roguelikesco hecho de tapadillo bajo la mesa. Para mí, eso es ser japonista. Eso es lo que yo entiendo por que te guste Japón. Así que tú elige lo que te gusta, elige tu definición y deja de dar la brasa a los demás.

De hecho, el ser japonista fue lo que me ayudo a decidirme a convertirme en japonólogo y ya no sé realmente si me gusta Japón o no me gusta (sí que me gusta)… o qué es una cosa y cuál es la otra. Lo que tengo claro es que me interesa. Quizás ser japonólogo es ser todas o alguna de las paridas que he soltado antes a la vez y que no son más que un retrato muy desafortunado y prejuicioso de otras personas a las que en realidad sigo, por que las envidio, admiro o me dan pereza y soy masoquista.

No sé.

Me identifico un poco con todos (en realidad no). Así que, si tú también lo haces, deberías estar leyendo Japón en su Historia… o al menos consultándolo de vez en cuando. Porque es la biblia que necesitábamos en las tiendas de nuestro país y la que asienta un trasfondo y un bagaje cultural que justifica el tatuaje de Naruto que te hiciste aquel verano y la camiseta de estampado ukiyo-e que te pillaste rebajada en Uniqlo. Es aquella biblia que unifica a estos distintos pueblos japonistas y japonólogos. Minamotos, Tairas y Fujiwaras que de haber podido disfrutar de esta publicación (ojo Nolan) se hubiesen dado menos hostias con las yaris y que incluso hubiesen esquivado más de un flechazo por la espalda en las Guerras Nanbokucho (ojo, team Go-Daigo. ¿Quién más?¿Quién choca? Vaya…).

No sé.


No sé, pero cuando me propuse convertirme en «conocedor» de la cultura japonesa, su historia era uno de los desafíos más importantes a los que me tuve que enfrentar. Sorpresa. El libro que usábamos en nuestra carrera era infumable. No lo era por su contenido. Era rico en datos, seguía un orden y estructura lógica, pero no era un libro fácil, ni didáctico, ni apacible (tamaño de la fuente 6, interlineado 0.1). Con Japón en su Historia esto no pasa.

Sea como sea, esta publicación te interesa y aquí te contamos un poco el porqué en una review alocada y posmoderna cuyos epígrafes no tienen ningún sentido entre sí. Como esta web. ¿Dónde quedaron las reviews viejunas…? Bueno, en realidad son unas impresiones. Es complicado hacer una reseña de un libro de historia.

Sabor

Hemos lamido el libro. El sabor está bastante bastante bien. Mil veces más sabroso que Wikipedia. Un millón de veces más exquisito que otras publicaciones con las que comparte la empresa de sintetizar la historia de un país tan complejo como Japón. Sabe a «mucho texto» y a mucha ilustración para un libro que, juzgando por su grosor, no esperarías poder comprar por solo 30 euros. Es todo aminoácido y ácido glutámico, osea muy umami.

Textura

Muy bien. El papel es agradable. No es satinado. Gracias. Satinado dame. Eso mal. Este papel bien. Te quieres quedar.

Gráficos

Como decíamos, mucha foto. Y esto no puede ser visto de otra forma que como una muy buena noticia. No sabéis cuánto se agradece. Debería haber sido inimaginable haber leído sobre el periodo Heian, por decir uno, donde esos niveles de sofisticación que Japón alcanzó en lo social, en lo literario, en lo artístico y en tó, se entienden peor sin imágenes que respaldan al texto. El arte y la historia del arte, están presentes durante toda la obra y no olvida en ningún momento su relevancia durante el desarrollo de sus capítulos, que cuentan con muchas cesiones de museos, galerías y archivos de todo el mundo.

Nivel de detalle

Más que aceptable. A menudo los autores salpican el texto con secciones apartadas que profundizan en temas concretos. Por razones obvias se trata de una publicación que ha de ser generalista con muchos asuntos, pero en la obra abundan pequeños apartados incrustrados en sus páginas que funcionan como pequeñas dósis informativas que vienen a ampliar la información y los temas sobre los que versan los capítulos. La bibliografía de la que bebe la obra es obviamente muy útil y está presentada de forma muy clara. Del mismo modo son muy útiles y están muy guapos todos esos listados con emperadores, gobernantes, periodos de la historia japonesa y el índice alfabético que se han currado sus autores y han incluido en el apéndice de este Japón en su Historia. De aplaudir.

Jugabilidad

Muy top. La introducción a las cuatro partes es rápida y ágil teniendo en cuenta todo lo que nos van a contar a continuación. Estas partes se presentan en textos cortos introductorios enmarcados en círculos. Los autores prometen sintetizar esa parte con tan solo lo que quepa ahí. Lo dicho, su lectura sirve para saber de qué va la cosa de una forma bastante bien elegida y efectiva. Las cuatro partes abarcan: Los albores de la civilización japonesa, La edad clásica, El gobierno de la clase militar y, por último, La edad contemporánea. Aún así quizás hubiésemos optado por una división menos temática y estructurada por periodos en lo que respecta a los distintos capítulos que integran esas partes. En nuestra humilde opinión lo hubiese hecho todavía más intuitivo. Pero vamos, que sin esto funciona a la perfección y la progresión hacía nuestros días según avanza la obra es clara. Y es que el índice no abruma e invita a entrar en la obra, por lo que no podemos considerarlo otra cosa que un acierto. Bocato di… imperatore.

Sistema operativo

Lo último de lo último. Como bien reza el subtítulo de la obra. El recorrido llega hasta Reiwa, periodo de la historia japonesa en el que nos encontramos desde el año pasado. La obra de Andrés y Gonzalo está tan actualizada que hasta se menciona la pandemia del covid-19 que estamos viviendo ahora. No es broma y tiene su mérito en un compendio de esta envergadura.

Conclusión, si bien apresurada, rotunda

Joder, ojalá haber podido contar con esto durante la carrera. No podemos recomendar Japón en su Historia de manera objetiva. Son 528 páginas como 528 haniwas enterradas junto a un emperador tochísimo.

Te gustará si: Te pareció bien el final del periodo Tokugawa y la apertura de Japón (tanto en lo social como en lo político es la práctica más sana, admítelo), si has conseguido el platino en Ghost of Tsushima o si perdiste la vista intentando leer su homólogo El imperio japonés (1973) de John Withney Hall. Te gustará con poco que te interese Japón y te gustará si ya lo sabes todo del país (flipao).

No te gustara si: Si no tienes 30 euros. Pero si finalmente los consigues, (recuerda que el uso del ninjutsu podría conllevar consecuencias legales y/o penales), tienes buena lectura para rato y una magnífica obra de consulta que adorarás tener a mano en tu biblioteca. Abierta y sinceramente, lo mejor que puedes pedirle a los reyesu magosu o a otros seres fantásticos que sean más de tu predilección. Tampoco te gustará si te gusta más YouTube que leer.

Gracias a Satori y a los autores. Sois unos máquinas, cracks, titanes, samuráis.

Descubre todo el catálogo de Satori, editorial especializada en cultura y literatura japonesa, en satoriediciones.com

Un acercamiento a los ainu a través de la cultura. La lucha del pueblo indígena de Japón

El pasado 15 de febrero Japón reconoció por fin a los ainu como pueblo indígena. Ocurría después de muchos años de lucha por parte de este pueblo tan maltratado durante más de un siglo. Pero los ainu se muestran bastante escépticos con esta ley, pues aseguran que el único objetivo es promover el turismo en las zonas donde residen los pocos ainu que quedan en la actualidad, (13 118 en Hokkaido 2017), y que está lejos de querer mejorar y aumentar sus escasos derechos.

¿Quiénes son los ainu?

Los ainu son un pueblo indígena del norte del archipiélago japonés: Hokkaido y el norte de Honshu (la isla principal de Japón), pero también habitan territorio ruso, las islas Kuriles y la isla de Sajalín. En 1869, cuando Ezochi, la isla más septentrional de las cuatro más grandes que conforman el archipiélago japonés, pasó a llamarse Hokkaido, a los ainu se les prohibió llevar a cabo sus prácticas habituales de caza y pesca y se los obligó a dedicarse a la agricultura en las peores tierras del territorio, lo que los fue empobreciendo. Además, colonizaron su propia tierra (Hokkaido y el norte de Tohoku) y los fueron arrastrando más y más al norte hasta llegar a confinarlos. Eran considerados aborígenes (1899) y se les prohibió el uso de su lengua. Durante la Restauración Meiji se comenzó a llevar cabo una política de asimilación forzada mediante la cual los ainu vieron cómo se les roba toda su identidad cultural como pueblo con la intención de convertirlos en japoneses. Es curioso que «ainu» signifique «humano» en su lengua teniendo en cuenta que el gobierno Meiji no los trató como tales.

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Isabella Bird: la inglesa que veraneó con los ainu

Isabella Bird fue una explorada inglesa, además de escritora, fotógrafa y naturalista, que durante el siglo XIX se atrevió a visitar lugares muy alejados de su país natal, siendo la primera mujer en entrar en la Royal Geographical Society. Entre los viajes que realizó, uno de los más destacados fue el que hizo a Japón en el verano de 1878. Desde mayo a septiembre de ese año recorrió gran parte del norte de Japón, un territorio que por aquella época no había sido explorado por extranjeros. Partió desde Yokohama, puerto en el que atracó su barco, y llegó hasta Hokkaido en una época en la que la comodidad y rapidez del tren bala aún era muy lejana; unos años en los que no podía alojarse en cómodos ryokan preparados para que los turistas extranjeros vivan la auténtica experiencia japonesa, sino que tenía que conformarse con yadoyas, posadas muy rudimentarias en las que la intimidad y la comodidad eran prácticamente inexistentes.

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Casa del té

Durante todo su viaje le escribió cartas a su hermana donde le relataba sus vivencias en tan extraño país. Todas esas cartas conforman el libro Japón inexplorado, publicado en España en 2018. En la última parte de este libro presenciamos el encuentro de Isabella Bird con los ainu de Hokkaido, con los que convivió durante la última etapa de su viaje. Fue recorriendo varias poblaciones ainu (kotan) y observando la diferencia entre unos y otros, pues se dio cuenta de que los ainu del este de la isla y los del oeste no eran iguales. Bird se encontró con un pueblo amable y muy hospitalario a pesar de la pobreza en la que vivían las familias, siendo capaces de recorrer los kilómetros que los separaban del siguiente kotan solo con el objetivo de buscar algo que ofrecerle de desayuno a aquella peculiar extranjera. La exploradora le relata a su hermana cómo a los ainu se les obliga a vivir a cierta distancia de los japoneses, que los hombres son extremadamente peludos y que el suelo del que disponen para la agricultura es muy pobre; además, el gobierno japonés les prohibió el uso de cebos y de flechas emponzoñadas, lo que hacía mucho más difícil la caza, que era su medio tradicional de sustento. Los ainu no fueron especialmente reacios a contarle sus costumbres y hábitos, pero lo que sí le rogaron encarecidamente fue que no informase al gobierno japonés de que habían hablado sobre sus costumbres, pues tenían mucho miedo a posibles represalias. Isabella Bird, aun considerando a los ainu unos salvajes (no olvidemos que hablamos de alguien con una visión decimonónica), no escatimó en halagos y cumplidos hacia ese pueblo que la acogió durante alrededor de un mes y que hizo de su estancia un recuerdo inolvidable.

Como consecuencia de esta política de asimilación forzada, los niños ainu empezaron a tener nombres japoneses y a ir a colegios japoneses. Pobres, aislados y despojados de toda su identidad cultural no es raro que los ainu se sintiesen avergonzados de sus propios orígenes por miedo a ser discriminados. Y eso fue exactamente lo que le ocurrió a Kenji Matsuda.

La historia de Kenji

El pasado mes de diciembre pudo visitarse en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres la exposición del fotógrafo Adam Isfendiyar sobre los ainu en general y sobre Kenji Matsuda en particular. Adam asistía a un festival ainu en Toyama en 2016 cuando conoció a Kenji, que lo invitó a alojarse en su casa de Hokkaido, en Ainu Kotan, a cambio de que lo ayudase en su restaurante de ramen. Fue así como Adam acabó impregnándose durante dos años de la poca cultura ainu que ha quedado, y tal estancia tuvo su fruto, que no es otro que una serie de fotos del pueblo ainu y de la familia Matsuda, así como la visión personal de Kenji en cuanto a lo sucedido con sus antepasados basándose en su propia experiencia.

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Master – An ainu story (Adam Isfendiyar)

Kenji es el mayor de cinco hermanos, nació en 1954 en un pequeño pueblo pesquero al noreste de Hokkaido. Su madre era ainu y su padre era un japonés que trabajaba la madera y que había sido aceptado en la comunidad ainu. Tenía una tienda de recuerdos tallados en madera ya que las poblaciones cercanas al lago Akan pasaron a ser un lugar muy turístico. La pobreza obligaba a sus padres a trabajar incansablemente, por lo que fue su abuela la que lo crió y a la que él considera una segunda madre. Su abuela era ainu y había crecido durante el periodo Meiji en una de las zonas reservadas para el pueblo ainu en Hokkaido. Como de pequeña había sido discriminada por sus orígenes, nunca le transmitió la cultura ainu a Kenji ni al resto de sus nietos, tan solo les enseñó tres cosas importantes para ellos: no robar, no mentir y no esperar nada de los demás. Esta última enseñanza posiblemente aprendida por el maltrato recibido después de que los ainu fuesen prácticamente despojados de su identidad.

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Master – An ainu story (Adam Isfendiyar)

Kenji, al igual que otros niños, intentaba ocultar que era ainu y odiaba serlo porque por culpa de sus orígenes, y en consecuencia de su pobreza, los niños se metían con él. Su físico también era motivo de burlas pues, como él mismo cuenta, los ainu tienen más pelo que los japoneses y cualquier rasgo que lo diferenciase de los demás niños lo hacía carne de cañón para las mofas. El nivel de discriminación era tal que la propia palabra «ainu» era considerada un insulto. Ya no es que le dedicasen adjetivos peyorativos comunes, sino que habían convertido en un insulto la palabra que denominaba a todo un pueblo: el suyo.
Por todas estas razones no llegó a terminar el instituto, a lo que su abuela no se opuso ya que no veía ningún fruto en los estudios. Antes de dejar el instituto ya era ayudante de pescador, y cuando lo abandonó definitivamente se convirtió en pescador a jornada completa. Aunque este trabajo no le duró mucho, porque comenzó a marearse en el mar y acabó dejándolo. Con tan solo 16 años se marchó a Sapporo (capital de Hokkaido) en busca de trabajo. Allí comenzó pintando coches y volvió a chocarse con la discriminación cuando empezó a salir con una japonesa cuyo padre le obligó a que lo dejara por ser ainu. Esto lo llevó a intentar ocultar sus orígenes, porque en Sapporo había menos ainu aún que en su ciudad natal. Pero transcurrido un tiempo, dejó atrás esa vergüenza y llegó a convertirse en el presidente de la Sociedad de Preservación de la Cultura Ainu. Además, comenzó a interesarse por la cocina y en 1995 abrió su propio restaurante de ramen, Banya, que a día de hoy sigue abierto.

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Master – An ainu story (Adam Isfendiyar)

La historia de Kenji es solo una más de la de miles de ainu que se han visto en la posición de tener que renunciar a sus orígenes por miedo a la discriminación. Pero parece que por fin al pueblo ainu se le está dando más voz en diferentes medios culturales y artísticos. Un ejemplo es el anime Golden Kamuy (adaptación del manga que empezó a publicarse en 2015) que se estrenó en 2018 y que ha tenido bastante buena acogida. De la mano de Asirpa, una niña ainu, nos acercamos a las tradiciones ainu, a la figura de la mujer ainu y a la situación de este pueblo tras la guerra ruso-japonesa (1904-1905) a la vez que ella le transmite costumbres de su pueblo al soldado japonés Saichi Sugimoto.

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Aunque los ainu tengan ahora más voz que nunca no podemos pasar por alto que esa voz se la conceden otros, y eso no es otra cosa que un síntoma que nos indica que al pueblo ainu aún le queda mucho para obtener todos los derechos que en su día les fueron arrebatados tan injustamente.