— Escrito por Iván Campos
Hace ya unas semanas desde que salió a la venta la nueva entrega de la saga de videojuegos Yakuza y en acchiKei nos ha parecido una muy buena excusa hacer un breve recorrido sobre cómo se ha representado a la figura del gánster nipón en la cultura popular. Y es que exponentes hay para rato: desde Shin-Chan, pasando por las películas de Takeshi Kitano y, por supuesto, la mencionada saga de videojuegos de Sega
Pero empecemos con un poquito de historia y contexto
Realmente no hay unanimidad en el sentido de que no se sabe muy bien cómo se originan estos grupos. Unos dicen que descienden de los ronin errantes sin amo que extorsionaban a campesinos al comenzar la era Meiji. Otros dicen que el germen fueron dichos ronin que se tuvieron que readaptar socialmente para convertirse en un tekiya o un bakuto, que respectivamente serían los mercaderes ambulantes y gente relacionada con las apuestas (que es de donde surge la palabra yakuza, la mano más mala del Oicho-kabu).

Remontándonos más atrás, también se dice que el verdadero ancestro de la yakuza procede de la imagen extravagante de los kabukimono, del que Izumo no Okuni, la creadora del kabuki, le llamaría la atención dicha imagen hasta tal punto de adoptarla para este tipo de teatro. Algo de verdad tiene esto, ya que las dos primeras ramas que he mencionado suelen tenerse en consideración en la clasificación de un grupo yakuza (un miembro es más afín a uno u otro) y se podría decir que se ha adoptado cierta ostentosidad del que hacían gala los kabukimono. Lo que está claro es que vistos por la ley, todo esto transmutó a una organización criminal con bastante presencia en Japón (aunque cada vez menos), e incluso en occidente.
Si bien es cierto que puede haber cierta pátina de legitimidad social hacia este colectivo al decirse que la yakuza suele estar formada por gente que no encaja de una manera u otra dentro de la sociedad nipona, por lo que digamos que es una especie de salida a un futuro para gente desfavorecida. De hecho se dice que un 60% de los componentes de estas organizaciones son burakumin (otro concepto que da para un artículo) y un 10%, otro porcentaje alto, son zainichi. En productos culturales también se añade el personaje del huérfano que la yakuza acoge con los brazos abiertos, porque muchos de ellos han pasado por lo mismo.
Vamos a obviar ya más temas sociales y políticos en los que se dice que están involucrados estos grupos, pero no está de más mencionar que tienen lazos con ciertas asociaciones de ultraderecha (uyoku dantai) que utilizarían más que nada para camuflar sus acciones detrás de una fachada política a modo de lobby influyente. Tampoco está mal recordar que la Yakuza suele tener gestos de notoriedad pública ante casos de emergencia para limpiar, seguramente, su imagen de cara a la galería. Por poner unos ejemplos, mandaron suministros para los afectados del terremoto del 2011, estuvieron ayudando a víctimas del terremoto de Kobe en 1995 y, ante la necesidad de la ciudadanía de productos tecnológicos, la yakuza ha llegado a tener ingentes unidades para distribuir de manera “alternativa”. Y por ultimo, tienen una red de empresas que legitiman de alguna manera su existencia de manera legal.

Por estos ejemplos en los que hacen un “servicio a la sociedad”, un Yakuza nunca se refiere a sí mismo como tal, ya que prefieren otros términos más románticos, como Gokudo (el camino más externo) o Ninkyo dantai (sociedad caballeresca). Eso de llamarse como la mano más mala de dicho juego como que no les va. Esta dicotomía entre lo que se desea aparentar y lo que realmente son, como veremos a lo largo del artículo, es muy clara. Y es que detrás de los mencionados actos heroicos que pueden aportar sus miembros a la sociedad y al clan, resulta que también son traficantes de drogas, la trata de blancas es uno de sus negocios estrella, son responsables de negocios inmobiliarios sospechosos, además de tener varias decenas de activos con una praxis dudosa. No en vano la sociedad japonesa no los quiere ni en pintura, como demuestran varias encuestas a la población y, viendo el menguante numero de adscritos que se manejan actualmente, pone en duda la necesidad de su existencia más allá de controlar a otras mafias extranjeras.
Maneras de representar al yakuza en la cultura popular
Pero en este texto no vamos a hablar de la situación del yakuza y lo que hace, más bien vamos a ver cómo está representado en la cultura pop con varios ejemplos. Puede que estos sean algo “mainstream”, pero que a su vez esto no deja de ser un indicador muy claro de dicha presencia. Por supuesto, tan dentro y arraigado de la sociedad japonesa está la imagen del Yakuza que, como no, existen hasta subgéneros como pasa con otras tribus urbanas. Un ejemplo muy claro lo tenemos en el cine, del que incluso vemos puntos de inflexión que son un antes y un después dentro del subgénero.

Se considera a Battles Without Honor and Humanity (1973), un falso documental de Kinji Fukasaku basado en una serie de artículos reales de un periodista y un yakuza en la época de posguerra, como ese momento en el que este subgénero dio un salto en importancia en una época que ya no había mucha progresión. Antes de esta película, el cine yakuza (conocidos más bien como films de caballería) solían estar ambientados en la era de la preguerra, aunque no dejaban de haber exponentes como Pigs and the Battleships (1961) de Shohei Imamura, que reflejaba la situación de la ocupación norteamericana y en el que la figura del yakuza (torpe en este caso) emergía como una especie de adalid nacionalista indirecto al beneficiarse del racionamiento al que estaba sujeto el país por parte de la influencia extranjera y así empezar a beneficiarse del mercado negro.
Estos dos ejemplos también son dos exponentes de cómo se les plasma. En la de Fukasaku hay una imagen más brutal y fría, mientras que en la de Imamura, como ya he mencionado, se opta por mostrarlos como gente de poco coeficiente intelectual. Esta dicotomía son dos ejemplos de unas cuantas decenas de productos culturales posteriores en los que se ha optado por dar una imagen más seria o más satírica, según el caso.
Formas caricaturescas
Si nos quedamos por un momento con la vena cómica, no es difícil encontrar buenos exponentes de este enfoque. Un buen ejemplo reciente de esta manera de retratar al yakuza de una manera peculiar es Gokushufudou. En este manga, que en breve se va a estrenar su live action, vemos a un yakuza modelo que decide convertirse en un amo de casa devoto al contraer matrimonio con su mujer. La gracia de la serie es que vemos todos los tópicos de esta gente bajo la permanente capa de malentendidos. Y eso es más que nada porque el protagonista se encuentra con conocidos de grupos rivales donde al final todos se involucran en actividades cotidianas y mundanas (como hacer la compra o cocinar) como si todos estuvieran haciendo negocios de yakuza. Un claro ejemplo caricaturesco y tópico.

Un claro exponente más sería Stop!! Hibari-kun!. Esta singular serie de Hisashi Eguchi surgió justamente en una época en el que la Shonen Jump (donde se publicaba) vendía millones de ejemplares y, a su vez, la Yakuza estaba en un buen momento de “popularidad” en la década de 1980. La trama gira en torno a las situaciones del huérfano protagonista en la casa de los Oozora, una familia, como no, metida en estos asuntos. La razón de estar adoptado por los susodichos era por expreso propio de la madre en su lecho de muerte, ya que el patriarca de este grupo mafioso fue un amor de juventud de esta. Aparte de ser yakuzas (de los buenos y simpáticos si eres conocido de la familia) lo curioso del tema es que el padre cuenta con cuatro hijas muy majas, siendo la de la misma edad del protagonista una chica transexual de la que todo el instituto en el que ambos van están enamorados de ella. En la serie vemos con total naturalidad el aceptar estar viviendo una vida normal y más que aceptable en una familia de ese tipo, mientras suceden cosas presumiblemente típicas de yakuzas. Por poner unos ejemplos, juegan al Koi, la familia recibe propuestas de matrimonios concertados entre miembros de otras familias yakuza y hay intentos de asesinato por asalto, entre otros.
Otro ejemplo podría ser Crayon Shin Chan, donde en más de una ocasión hemos visto algún yakuza del que el pequeño hijo de los Nohara se hace amigo, al igual que la costumbre de decirle mafioso (Kumicho en japonés, como se le llama al líder de la Yamaguchi-gumi, el clan más numeroso de todos) al director de la guardería en la que va. Según Marc Bernabé, a Yoshito Usui le hacía gracia la imagen de la figura del mafioso japonés. De hecho existe una recopilación de pequeñas historias de las desventuras de un grupo de Yakuzas, de una manera que les ridiculiza hasta tal punto que parece que el malogrado autor renegaba de este trabajo por lo que pudiera pasar. Quizá tenía miedo que le pasase como al director Juzo Itami poco después del estreno de Minbo, un film satírico suyo que no gustó mucho a cinco yakuzas que le atacaron y le dejaron una cicatriz en la cara en 1992. Itami moriría cinco años después de una manera que no se descarta que la Yakuza tuviese algo que ver.

Hay otras obras en las que la figura del yakuza aparece por el contexto del lugar. Y es que Shinjuku, sobretodo Kabuki-cho, se puede decir que es el sitio “hot” de los Yakuza tokiotas. El bar nocturno en el que gira la trama de Shinya Shokudo está ambientado cerca de dicho barrio (en Omoide Yokocho, muy cerca de la estación de Shinjuku) y, por supuesto, vemos a la calaña tópica de allí. Aparte de strippers, mamas y gente taciturna, también nos encontramos con historias relacionadas con yakuzas. Por ejemplo, y dejando de lado al cocinero protagonista y su sospechosa cicatriz en la cara, hay un personaje recurrente de alguno de estos grupos que es tratado por los parroquianos como uno más.
El yakuza cool
Hasta este momento hemos mencionado varios productos culturales con un elemento en común, pero eso no significa que al yakuza se le muestre siempre de esta manera. Hay otros ejemplos en los que sí se hace un retrato más serio, de grises e incluso buenistas hacia este colectivo. Un claro ejemplo de esto sería la obra de Ryoichi Ikegami. Mismamente en Sanctuary se cuenta la historia de dos amigos de la infancia que planean cambiar la sociedad japonesa de una manera que se nos da a entender la influencia que puede llegar a tener la yakuza en la política nipona. Y es que uno de ellos promete que se encargará de convertirse en un líder de un clan, mientras que el otro se pone el objetivo de ser un joven político influyente. Aparte de la mencionada importancia dentro del espectro político-social, la imagen física del yakuza en este exponente es posiblemente la más favorecida de todas las que menciono.

Las películas de Takeshi Kitano también llegan a tener esos tonos grises. Por ejemplo en El Verano de Kikujiro vemos al protagonista ex-yakuza sin ningún objetivo en la vida más que ayudar a un crío o incluso se atreve a recuperar personajes ficticios históricos de estas asociaciones como Zatoichi, pero en la serie de películas de Outrage o Hanabi vemos otra cara de los yakuza bastante más cruel y sangrienta. Ichi the Killer, tanto el manga como su versión cinematográfica de imagen real a cargo de Takashi Miike, es otro exponente ya todavía más explícito y mórbido que personifica a la imagen del sádico torturador sociópata con la excusa de cumplir el código de honor vengativo al sospechar que una banda rival ha secuestrado a su jefe.
El caso de los videojuegos: Yakuza/Ryu ga Gotoku
A pesar de lo que digan los nostálgicos de la era de los 16 bits, Sega nunca ha dejado de innovar aún a día de hoy. Un ejemplo es que, dejando de lado la representación de otras tribus medianamente relacionadas (lo que serían los banchos o incluso sukeban) con las numerosas entregas de Kunio-kun, directamente a nadie se le ocurrió crear una saga de videojuegos que estuviese centrada en la Yakuza. Si bien es cierto que la presencia en los videojuegos no es testimonial (mismamente en Shenmue ya aparecían, por ejemplo), otra cosa es que surgiese una serie en los que manejásemos a gente de esta calaña y encima el usuario pudiese llegar a empatizar de una manera profunda con sus numerosos personajes.
La manera en la que surgió el proyecto no deja de llamar la atención si atamos cabos. En palabras de Toshihiro Nagoshi, el famoso creador de la saga, Sega no le daba luz verde al proyecto. Sin embargo, en 2004 la mítica empresa se fusiona con Sammy, una de las corporaciones de pachinkos más importantes de Japón y que finalmente sí le da luz verde al proyecto. Es una coincidencia muy curiosa, y más cuando este tipo de tragaperras están de alguna manera ligadas indirectamente a dicha organización (y desde entonces el mismo Nagoshi parece que ha cogido la estética en su día a día). Sea o no cierta esta relación que dejo caer, lo que no deja de llamar la atención es que la semilla de este proyecto era porque el mismo Nagoshi quería hacer un juego lo más japonés que se le ocurrió: trasladar los films de caballería al videojuego. Otro indicador de la importante presencia yakuza en la cultura.

En la saga Yakuza normalmente controlamos a ese Yakuza modelo que casi queremos tener como vecino, la masculinidad hecha hombre en la que los varones lo pueden ver como un ejemplo de admiración mientras de las féminas se pueden ven atraídas por su caballerosidad y atractivo. Pero el caso es que no dejan de ser una representación del yakuza modelo romantizado, como uno de ellos querría ser realmente. O mejor dicho, como llegaron a ser según un Yakuza real que se sometió a jugar a la tercera parte de la saga de Sega dándose cuenta de que “Kiryu es el retrato de cómo era un Yakuza anteriormente. Manteníamos las calles limpias. Le gustábamos a la gente. No molestábamos a los ciudadanos. Respetábamos a nuestros jefes. Ahora solo estos chicos existen en los videojuegos”.
Este miembro se refiere a Kazuma Kiryu, el mítico protagonista de la mayoría de las entregas que se le muestra como a un padrazo que se hace cargo de niños huérfanos en un orfanato propio y donde llega a adoptar a la hija del amor de su vida. Pero es que no deja de ser un yakuza, con lo que eso conlleva. Y es que toca ganar dinero de lo que toque, como sería el encargarse de negocios de bienes inmuebles de dudosa calaña, ser el regente de una casa de hostess o recoger dinero de gente que ha pedido protección a sus respectivos negocios. Sin olvidar las numerosas reyertas en las que acaba metiéndose.

Esa manera de blanquear medianamente al yakuza por parte de Sega se ve de una manera bastante explícita en Yakuza 3, en el que uno de los grupos mafiosos locales de Okinawa es bien visto y son respetables por los comerciantes locales, dejando un poco descolocado al jugador en ese momento. Esto se refuerza cuando el lado de la ley también se muestra como una organización algo turbia, como pasa en Yakuza 1, al tratar con un inspector de policía corrupto y otro retirado por vender información confidencial (algo que se repite en más de una entrega posterior). En Yakuza 4 controlamos a otro policía adicto al Mahjong que no es que sea muy metódico en su trabajo, mientras que los superiores ocultan todavía cosas más oscuras que dejan a la imagen del policía nipón por los suelos. Esto es algo a veces común, como en otros ejemplos que he mencionado (Ichi the Killer es uno de ellos).
De hecho en Judgment, el spinoff protagonizado por Kimura Takuya, se podría decir que todo va a más y se muestra a la Yakuza directamente (OJO SPOILERS) como víctimas de un complot con la aprobación del gobierno para experimentar con varios miembros desgraciados de estas organizaciones, al dar vía libre a secuestrarlos para administrarle un fármaco (con el efecto secundario de provocar la muerte) destinado a curar el Alzheimer (FIN DE LOS SPOILERS). En definitiva, con sus más y sus menos, el jugador al final siente simpatía hacia los personajes de esta organización, cuando no dejan de ser delincuentes.

Quizá esta simpatía viene por el enfoque intermedio que hemos visto en estos ejemplos famosos y que se le ha dado a la figura del yakuza. Entre historias de venganzas, traiciones en los clanes y muertes, en cada juego hay muchas situaciones cómicas y paródicas que, mínimo, nos hacen esbozar una sonrisa. Y bueno, que esta saga de videojuegos no deja de ser ficción. También se les retrata como gente con sentimientos hacia otras personas muy profundos, como pasa en la trama de Goro Majima en el genial Yakuza 0. Por eso es justo decir que otra razón de esa simpatía es porque solemos manejar a personajes adscritos al Clan Tojo, una organización ficticia que se muestra más benevolente (dentro de lo que cabe) que otras. De hecho Kiryu, como he mencionado, sería el yakuza ideal y que pertenece a dicha agrupación que mira por ser un defensor de los desprotegidos. Aunque sea de aquella manera.
Dejando de lado a la saga Yakuza, pero no los videojuegos, no puedo dejar de mencionar una curiosa conexión en este ámbito. Y es que hasta en Pokémon podemos encontrarnos ciertos elementos referentes al tema, como Sasaki, (el líder del Team Rocket, localizado en occidente como Giovanni), siendo un claro jefe de una organización criminal, en este caso un bakuto al estar dentro del negocio de las apuestas. También se dice que se tuvo que rediseñar a Mr. Mime, un Pokemon antropomorfo con 4 dedos originalmente, por supuestas quejas de padres al que se le tuvo que añadir un dedo más para no asociarlo con la yakuza.
La imagen en occidente: los malos de la peli
La imagen es bastante familiar incluso en producciones occidentales. A quién no le suenan las escenas protagonizadas por Lucy Liu caracterizada como la reina de la Yakuza (algo en la realidad muy improbable) y a Chiaki Kuriyama en la primera parte de Kill Bill, en la que se vuelve a recuperar como tantas otras veces el criarse por mafiosos al perder a sus padres. Anteriormente a el ejemplo de Tarantino ya se pueden ver ejemplos de interés en Black Rain de Ridley Scott y recientemente en The Man in the High Castle, ucronía en la que el gobierno japonés controla la costa este de Estados Unidos después de una segunda guerra mundial en la que el Eje se alzó victorioso, y donde la yakuza está muy presente en las sombras. En 2019 se emitió (y se canceló la segunda temporada) en la BBC y Netflix Giri/Haji, una serie en la que, como no, la yakuza está involucrada en asuntos turbios, pero esta vez dentro de los bajos fondos británicos. Por supuesto, la imagen de los mafiosos japoneses en estos ejemplos es la de ser el antagonista.

Y es que a pesar de que pueda gustar la imagen o quizá ciertos valores, encarnar a Kazuma Kiryu o Goro Majima y hacer el chorra cantando el Bakamitai (o en su defecto, esa genial parodia de la boyband Hikaru Genji) al igual que ser fan de la obra de Kitano, casi que hay que aclarar que esta gente son los malos de la película. No hay que olvidar las guerras de clanes que se suceden cada cierto tiempo entre familias rivales, en los hay casos de civiles fallecidos por estas trifulcas. Y también han habido asesinatos a funcionarios, como el caso de Iccho Itoh (alcalde de Nagasaki) en el año 2007 o dos policías de paisano por error en Okinawa en 1990. Y varios cruces de cables que no acaban bien. Y si no que se lo digan a la familia de Junko Furuta, una estudiante de instituto a la que a finales de la década de 1980 miembros rasos yakuzas secuestraron durante meses donde la torturaron, violaron decenas de veces y terminaron acabando con su vida a los 17 años. Lo peor de todo es que los culpables de los crímenes citados están todos en libertad (salvo el asesino del alcalde de Nagasaki) después de cumplir condenas de broma, si lo ha habido. Por qué será…