No es «kawaii» todo lo que brilla: sexismo en nombre de lo «cute»

¬ Pokepasmón

A estas alturas de la película, dudo mucho que la idea de que el capitalismo y las instituciones pueden apoderarse y mercantilizar hasta la corriente cultural más opuesta a sus intereses sea algo que únicamente afirmen desde posiciones de izquierdas. De hecho, lo que probablemente pueda definir en buena parte el posicionamiento en el espectro político de un individuo, es precisamente la justificación o la oposición a este hecho, pero no su cuestionamiento como una realidad. El comunismo, el feminismo radical, el anarquismo, el ecologismo… todo puede ser banalizado y convertido en una mercancía más preparada para ser vendida a aquellos que, o bien no comparten estas causas, o no las han entendido, o las han entendido más bien regular.

Este spot de Nike es un ejemplo claro de mercantilización del feminismo

Incluir la idea de kawaii entre las corrientes contraculturales que han sido ferozmente mercantilizadas no sería un error, aunque sí lo sería equipararlo a nivel político y teórico a las mencionadas en el párrafo anterior. Hablar de lo kawaii como contracultural puede sonar extraño, quizá incluso contradictorio: hoy lo kawaii es más mainstream que nunca. Pero no siempre fue así. El término kawaii evoca, entre otras cuestiones, inmadurez, inocencia e infantilismo. Autoras como Sharon Kinsella (1995) mencionan la relación de lo kawaii (a nivel ideológico y estético), y los posicionamientos de movimientos contraculturales a finales de los 60 llevados a cabo por universitarios japoneses, que buscaban expresar su rechazo a determinados valores e ideas ligadas con el mundo adulto, la universidad y las empresas. Lo kawaii es, entre otras cosas, una alegoría de lo infantil, de la libertad, de la pureza, de la inocencia. Pero también de lo vulnerable, de lo débil y de lo dependiente.

Por una cuestión de extensión, voy a dar por hecho que el lector está más o menos familiarizado con este término, con permiso de aquellos que puedan no conocerlo. A modo de introducción visual: Pikachu, un accesorio de Hello Kitty para el móvil, una tarta de fresa con forma de corazón, la letra de niño pequeño, un gatito jugando, un bebé, un niño ilusionado ante la visita de Papá Noel, un pijama de Totoro, la chirriante voz aguda de una maid en Akihabara, la personalidad de Mikuru en la serie Suzumiya Haruhi… todo esto es kawaii. En palabras de la propia Kinsella, el término hace alusión lo dulce, adorable, inocente, puro, simple, auténtico, vulnerable, débil e inexperto.

Mikuru asahina
Mikuru Asahina, personaje de la serie de novelas, manga y anime titulada Suzumiya Haruhi no Yūutsu

No doy más rodeos. En este artículo quiero simplemente poner algunos ejemplos de la mercantilización y uso propagandístico y político del concepto kawaii, así como señalar la relación que mantiene con la construcción en determinados ámbitos de un modelo de mujer japonesa absolutamente sexista que estimula el deseo y la fantasía masculina. No hay una gran reflexión detrás, pero creo que los ejemplos hablan por sí solos y permitirán que el lector llegue a sus propias conclusiones.

En el ámbito de la política y relaciones internacionales se denomina soft power (o poder blando) a la capacidad que un Estado tiene de mejorar su imagen y alcanzar objetivos a través del uso de medios de carácter cultural o ideológico, generando influencia y ganando atractivo sobre otros países. Lo kawaii, cuya vinculación a lo contracultural acabo de mencionar, es precisamente una herramienta de soft power. El primer ministro Shinzo Abe disfrazado de Super Mario, en un vídeo de promoción de los JJOO de Tokio, en el que aparecen Doraemon y el propio Mario, no es una simple gracieta. Es una estrategia de soft power totalmente estudiada. ¿Hello Kitty, uno de los emblemas de la estética kawaii, nombrada embajadora? Soft power. ¿Esta gata y Pikachu “embajadores» de Osaka? Soft Power. ¿Varios Pokémon “patrocinando” a la selección japonesa durante el Mundial de fútbol de 2014? Soft power del bueno.

Incluso, sin necesidad de acudir al ámbito internacional, existen numerosos ejemplos en los que no voy a profundizar, que constituyen lo kawaii como una herramienta de publicidad, propaganda, marketing o de construcción de identidad. Guillermo Torres trata estas cuestiones con más profundidad, y si estáis interesados en lo mencionado hasta el momento, os recomiendo su artículo La importancia de las mascotas en el Japón contemporáneo.

Pokemon
Imagen promocional de apoyo a la selección japonesa masculina de fútbol para el Mundial de Río de Janeiro de 2014

Allá por 2009, el Gobierno japonés presentó a las tres “Embajadoras Kawaii”. Tres jóvenes escogidas y dirigidas por el Ministerio de Asuntos Exteriores para cumplir la función de “Comunicadoras de Tendencias de la Cultura Popular Japonesa”, también conocida como la función de “caerle guay a los gaijin y tal”. Entre ellas, la representante de la más que manida imagen de la típica estudiante de secundaria, otra de estilo lolita, y una tercera que fácilmente podríamos imaginar paseando en Harajuku. Las tres expuestas como representantes del estilo (o los estilos) kawaii. Interpretando sus papeles, asumiendo y mostrando personalidades artificiales, con el objetivo de resultar atractivas, y, de paso, perpetuando la idea de una mujer infantil, dócil y altamente valorada en base a cuestiones estéticas (¿alguien ha dicho idols?). Por supuesto, estas tres chicas estaban dirigidas por un equipo de hombres. Dejo a continuación un par de extractos de un artículo de Laura Miller (2011) al respecto:

Uno puede sospechar que el equipo del MOFA (Ministerio de Asuntos Exteriores) no vio la similitud con la explotación global y tráfico de chicas jóvenes cuando crearon a las Embajadoras Kawaii.

Estas encantadoras celebridades cumplen con las normas de género convencionales y refuerzan una juventud femenina (mi mala traducción de girlhood) poco amenazadora.

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Las tres «Embajadoras Kawaii», de izquierda a derecha: Fujioka Shizuka, Kimura Yui y Aoki Misako

Akihabara es también un ejemplo de cómo, en este caso desde el sector privado, la purpurina de lo kawaii cubre sectores verdaderamente turbios dentro de la industria del entretenimiento y del sexo. No son pocas las tiendas que, bajo una colorida y llamativa iluminación y carteles en los que se pueden leer términos como “MANGA – ANIME – GAME”, ocultan plantas enteras de pornografía. Es sencillo establecer una relación entre el concepto kawaii y los personajes femeninos que protagonizan en buena parte estas ficciones, ya sea pornografía real o hentai: chicas que al no poder oponer resistencia, son violadas; estudiantes de secundaria con sus uniformes de instituto o amas de casa que, en un ejercicio absoluto de perpetuación de estereotipos tradicionales de roles género, necesitan buscar una aventura ante la falta de atención de su marido. Uno puede pensar que, a fin de cuentas, estas temáticas donde la mujer es proyectada como débil, indefensa, sumisa, infantilizada y ligada al ámbito doméstico están presentes también en la pornografía occidental, en mayor o menor medida: y es innegable.

¿Pero qué ocurre cuando traspasamos la barrera de la simulación de lo infantil y directamente los objetos de deseo resultan ser niñas? Estas tiendas están plagadas de material protagonizado por menores de edad. No hablamos de pornografía en este caso, pero sí de vídeos para adultos donde menores de edad posan de una manera aparentemente inocente, sin llegar a mostrarse desnudas. Al igual que ocurre en el mundo de las idol, menores de edad y todo lo que su infancia o adolescencia representa constituye un valioso material para la fantasía de determinados grupos de hombres. No es este un mercado negro, sino una industria teóricamente, al menos en su nivel más superficial, legal y regulada. La inocencia, la niñez, la dulzura, la debilidad o la actitud inofensiva como características que levantan el deseo sexual: podemos llamarle el erotismo de lo kawaii, si queremos evitar entrar en posicionamientos críticos, y darle un poco de purpurina a la propia purpurina para no llamar a las cosas por su nombre. Blanqueando la herramienta de blanqueo.

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Extracto publicitario de una película para adultos. La protagonista, una joven en un uniforme de secundaria

No nos vayamos de Akihabara. No quiero dedicar tiempo a hablar de hentai y de la representación de la mujer en este género. Creo que cualquier persona con afición por el manga y el anime, independientemente de que sea consumidor o no de hentai, puede conocer aunque sea de manera superficial o hacerse a la idea del papel atribuido a la mujer en este género y las barbaridades que se pueden encontrar. ¿Qué hay de las maid? Jóvenes sonrientes y dulces, disfrazadas de sirvientas que trabajan como camareras y son el principal reclamo de los locales en los que trabajan: los maid cafe. Se comenta por sí solo. Podríamos hablar también de los juegos bishoujo, de las idol (una vez más), o de la cantidad ingente de figuras de merchandising de personajes teóricamente menores de edad absolutamente sexualizados. Sobre la idols sin duda seguiré hablando otro día, ya que es en este ámbito en el que estoy investigando, pero os recomiendo echar un vistazo a las fotos de este tuit. Sí, esas niñas son idols, y los adultos que las acompañan, sus seguidores.

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Niñas idols posando para las fotos de sus seguidores

Voy a coger de nuevo la purpurina para hablar del moe, o el desarrollo de sentimientos por personajes de ficción (o idols), generalmente en los consumidores otaku. Recientemente leía un libro en el que Patrick W. Galbraith, investigador en el ámbito de la cultura pop japonesa (absolutamente recomendable), realiza una serie de entrevistas a otakus, artistas, cosplayers y demás personas dentro del ámbito del manga y anime, en relación a este concepto. Algunos de los casos que menciono en el párrafo anterior son buenos ejemplos de campos y productos de consumo en los que aparecen personajes por los que se genera este sentimiento de moe (excluyo el caso de las niñas idols, porque apenas tengo información sobre ello ni he tenido contacto con ningún seguidor). Sea como sea, uno tiene la sensación de que determinadas personas o colectivos se sienten atacados porque entienden que la sociedad no les permite amar a un ser de ficción. Desde mi punto de vista, el debate no es, o no debería ser ese. No quiero extenderme demasiado, porque ya hablo de este asunto en otro artículo, pero, el centro de la polémica no necesariamente tiene que ver con el acto de amar. El problema está en las características del objeto que es amado y la relación que establece con el consumidor. ¿Qué tipo de personajes son aquellos denominados moe? Suelen ser personajes femeninos categorizados también como kawaii: infantilizadas, de cara aniñada pero también en ocasiones con características físicas de mujer adulta (por ejemplo, los pechos), con una personalidad adorable, inocente, infantil, bondadosa, receptiva, vulnerable, etc. El objeto de deseo (personaje de manga, videojuego, una idol…) no es simplemente una ficción: es una representación de un modelo de feminidad conservador, sexista y que pone a la mujer (o niña) como un mero objeto a disposición de la fantasía del hombre. Una mujer o niña que, a diferencia de las de carne y hueso, no va a llevar la contraria, no va rechistar, no va a enfadarse, porque no es real y no ha sido creada para serlo. Una mujer o niña de lo más kawaii, a entera disposición del consumidor.

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Portada del libro The Moé Manifesto, de Patrick W. Galbraith

Si el punto del debate no es este, por supuesto que es fácil caer en la demagogia y proclamarse adalid de la tolerancia en nombre de una supuesta libertad amorosa y sexual, pero quizá sea hora ya de que más de uno se quite la careta y acepte la realidad: no es solo una cuestión de realidad/ficción, sino de relaciones de género.

Dicho esto, y dejando clara mi posición, no pretendo que este artículo se convierta en un alegato conceptual o ideológico contra lo kawaii como tal, sino una crítica al uso institucional y empresarial de aspectos de ese Cool Japan que reducen a la mujer a un mero instrumento para satisfacer deseos y fantasías masculinas y que esconden detrás de la purpurina kawaii un sexismo feroz, además de, en relación al moe, una llamada a la alerta ante esos demagógicos discursos de la libertad amorosa y sexual que se pueden escuchar de quien defiende las relaciones amorosas con seres de ficción. Si limpiamos la purpurina de lo kawaii y de lo alternativo en ejemplos como los expuestos en este artículo, encontraremos todo lo contrario. Un rancio conservadurismo que es capaz de reinventar su apariencia y sus herramientas pero que, a pesar de las tácticas de blanqueo que pretenden ocultarlo, mantiene el mismo deseo y fantasía de siempre: la subordinación de la mujer.

Algunas fuentes de interés:

Galbraith, P. W. (2014) The Moé Manifesto. Clarendon: Tuttle Publishing

Kinsella, S. (1999). Adult Manga: Prop-establishment Pop-Culture and New Politics in the 1990s. Media, Culture and Society 1999, Vol. 21

Kinsella, S. (1995). Cuties in Japan. Capítulo en Morean, B., Scov, L. (eds.) (1995) Women, media, and consumption in Japan. Curzon & Hawaii University Press, 1995

Miller, L. (2011). Cute Masquerade and the Pimping of Japan. International Journal of Japanese Sociology, vol. 20

Torres, G. (2017). La importancia de las mascotas en el Japón contemporáneo. Ecos de Asia. URL

Imagen de portada © Makoto Aida

Tecnointimidad, amor virtual y minorías sexuales: en la búsqueda de la novia que nunca dice “no”

– Este modelo en concreto es espectacular. Además del reconocimiento de voz y cara, la calidad de sonido es fantástica, y el sensor de movimiento es el más avanzado del mercado. Muy recomendable.

– Me lo llevo.

– ¡Estupendo! ¿Quiere que se lo meta en una bolsa?

– No se preocupe. Si le voy a pedir matrimonio ya mismo.

Aun siendo una imagen paródica y exagerada la situación recreada en este diálogo, es posible que más de uno sepa ya por dónde va a ir el asunto. Recientemente, diversos medios de todo el mundo han publicado la noticia de la ceremonia de boda entre Akihiko Kondo, de 35 años, y un holograma de la idol virtual Miku Hatsune. Se trata de un artículo creado por la compañía Gatebox. Fundamentalmente, el aparato muestra un holograma de, en este caso, Miku Hatsune (16 años), que permite y simula una suerte de interacción “real” a través de diversas funcionalidades, generando la fantasía de que el personaje está vivo. Sin duda el anuncio que podéis ver a continuación, protagonizado por otro personaje virtual del estilo, expone de manera mucho más clara algunas de las funcionalidades de este producto, así como el tipo de “interacción” que propone.

La repercusión de la noticia ha generado reacciones de todo tipo: burlas y mofas, mensajes de apoyo, y críticas feroces. Lo primero que quiero señalar, y que muchos medios omiten, especialmente los no japoneses, es que la boda no tiene un carácter oficial, sino simbólico. Procuraré no caer en valoraciones éticas o morales. Mi intención es que podamos entender un poco mejor este fenómeno, y algunas de sus posibles características o repercusiones en materia de género e identidad sexual. Y difícilmente podríamos lograr esto sin recurrir al concepto de tecnointimidad (Alisson, 2006). El concepto de tecnointimidad alude a la relación que un ser humano establece con un ser virtual, siendo este último entendido como un ente animado, vivo, con sentimientos y también necesitado de ciertos cuidados, atenciones o, en general, colaboración de algún tipo. Es la creación de unos determinados lazos emocionales a través de la interacción con seres ficticios como si estos fueran reales.

Tamagotchi
El tamagotchi es un ejemplo clásico de producto relacionado con el fenómeno de la tecnointimidad. Foto extraída de Flickr.

Por supuesto, hay productos creados específicamente para el establecimiento de este tipo de lazos. Los ejemplos probablemente den mejor cuenta de la idea del concepto que esta escueta definición. Un ejemplo clásico y muy sencillo del que habla Alisson (y que quizá no es lo primero que uno tiene en mente al pensar en esto) es el tamagotchi. El objetivo del juego no es otro que cuidar de ese ser virtual que simula ser una mascota, interactuar con él para que esté bien en la medida de lo posible. El tamagotchi es entendido en cierta medida como una mascota real. Acercándonos ya al caso que sirve de base para este artículo, tenemos los videojuegos de temática amorosa, generalmente novelas gráficas, donde el usuario es convertido en el protagonista de la historia, cuyo objetivo no es otro que ligar interactuando con las “chicas” actractivas: los conocidos como videojuegos bishoujo. ¿Y podríamos hablar de tecnointimidad en el caso de la relación entre los idol otaku y las artistas, si entendemos a estas últimas como actrices hasta cierta medida? ¿Y qué me decís de estas parafernalias de realidad virtual? Echad un vistazo a los vídeos:

Al igual que en el artículo en el que trato la situación laboral en la industria idol, también aquí hay varios puntos de vista desde los que podría ser interesante enfocar el tema. Podemos hablar desde una perspectiva más económica y de consumo, reflexionando sobre la salvaje mercantilización del amor, o enfocar el asunto hacia algunas cuestiones de género y de identidad sexual.  Me planteo dos preguntas: ¿Podemos hablar de una “minoría sexual” constituida por individuos como el protagonista de la noticia? Según varios medios, Akihiko Kondo ha solicitado ser reconocido como parte de una minoría sexual, llegando incluso a compararse como gays y lesbianas, señalando respecto a la cuestión del rechazo por parte de la sociedad que «No está bien, es como si intentaras hacer que un hombre gay tuviese una cita con una chica, o que una mujer lesbiana tuviese una cita con un chico».  Por otro lado ¿en que lugar puede dejar a la mujer real la naturalización de este tipo de “uniones”? Vamos a ello.

Fueraba Friend to lover
Extracto de Fueraba -Friend to Lover-. Aquí un ejemplo de una novela visual cuyo objetivo es echarse novia.

Primera pregunta, una clásica: ¿en qué está pensando esta persona?, ¿qué puede llevar a alguien a «emparejarse» con un ser virtual? En AcchiKei todavía no dominamos lo de leer mentes, por lo que es imposible responder a esto. Evidentemente cada caso estará condicionado por distintos factores y experiencias. No obstante, permitidme que ponga en relación por un momento el caso Akihiko Kondo con los de algunos idol otakus. Según el diario Asahi Shinbun, Kondo “estaba convencido de que no encontraría a nadie con quien casarse”, mientras que según otros medios, este ha afirmado que le resulta «imposible encontrar una mujer real». Por su parte, en documentales como Tokyo Idols (2017) o trabajos de investigación como el de Aoyagi (2005), encontramos declaraciones de idol otakus al respecto de estas cuestiones: el caso de un recién divorciado que decide dedicarse en cuerpo y alma a seguir a su idol favorita, así como chicos más jóvenes que aseguran que las relaciones reales son más complicadas, más costosas, traen más problemas, suponen una exposición al rechazo y conllevan un esfuerzo y tiempo que no quieren invertir. Alguno incluso afirma que las mujeres reales están perdiendo la feminidad ideal que las caracterizaba en otros tiempos. No obstante, la fantasía (incluso aunque hablemos en este caso de idols, el tipo de relación establecida no deja de estar construida a través de la fantasía, no es real) es mucho más sencilla y satisfactoria, no trae problemas y encima tienen el “sí” asegurado. Ambos casos están relacionados en tanto que hay una “huida”, una “negación” o un “rechazo” de la posibilidad de mantener una relación amorosa con mujeres reales.

En cualquier caso, lo que parece evidente es que las relaciones de tecnointimidad (en este caso incluyo aquí también las relaciones otaku-idol) suponen una mayor comoidad y seguridad para estos individuos (hablaré de hombres porque no he localizado ningún caso de este estilo protagonizado por una mujer, si bien ya hay algunos artículos con hombres virtuales como protagonistas). ¿Son, por lo tanto, una minoría sexual? Personalmente, y sin ningún ánimo de faltar al respeto, considerarlos como tal me parecería una gran equivocación. Entiendo que es un tema delicado y al mismo tiempo generalizar los casos siempre es peligroso, pero me resulta verdaderamente complicado aceptar como minoría sexual a un grupo de personas cuyo “deseo” hacia entes virtuales nace en muchos casos de un miedo o sentimiento de rechazo respecto a las mujeres reales. Es decir, no se trata simplemente de personas que se sientan atraídas por personajes virtuales o ficticios, sin más. No. Se trata de personas que se sienten atraídas por una serie de proyecciones en forma de personaje femenino que llevan determinadas fantasías, teóricamente irrealizables, al plano “real”, pero a través de seres virtuales cuya “apariencia física” o “forma” entra al 100% dentro de determinados estándares que podemos considerar normativos y que, desde luego, siguen siendo representaciones claras de mujeres (¡o adolescentes!) en el plano de las apariencias, así como de una feminidad generada por y para el hombre. No rechazan el físico de la mujer, no hay un rechazo de los estándares de belleza, no parece haber ningún rechazo sexual hacia la mujer. Lo que hay en muchos casos es un rechazo (o un miedo) al concepto de “mujer real. A la idea esencialista de que las mujeres son por naturaleza de determinadas maneras y que por lo tanto no es posible, o resulta muy tedioso, mantener una relación sentimental satisfactoria con ellas. Salvando las enormes distancias y diferencias en el plano moral entre un, digámoslo con esta palabra, putero, y estos individuos, existe un trasfondo que en numerosas ocasiones es similar: son muchos, en ambos casos, los que consideran que sus alternativas sexuales o afectivas suponen simplemente un camino rápido y sencillo para satisfacer sus deseos, al serles fácilmente accesibles en el mercado. Si la atracción por entes virtuales o ficticios (ya estén representados por mujeres reales o por diseños artificiales) tiene su base en estas cuestiones de rechazo o miedo a la «mujer real», ¿cómo vamos a considerar a este grupo una minoría sexual equiparable en un sentido político y de identidad a aquellas incluidas dentro del colectivo LGTBI?

Azuma Hikari
Así presenta Gatebox en su web al personaje de Azuma Hikari. Nacida para darte una perfecta experiencia ‘okaeri-nasai’ (algo así como “bienvenido de vuelta a casa”)

Si aceptásemos a este colectivo como minoría sexual, ¿en qué lugar quedaría la mujer? No es ninguna novedad que la industria de la cultura popular japonesa está bien cargadita de machismo, pero veamos este tipo de casos en particular. Estos artefactos como los que podéis ver en los vídeos han sido aceptados por una minoría de hombres  heterosexuales o bisexuales como “sustitutos” afectivos, ya sea total o parcialmente, de las mujeres. Las empresas conocen perfectamente el perfil de consumo y las fantasías de este tipo de consumidores y construyen productos acorde a la demanda (no solo, insisto, en el ámbito de lo tecnológico y lo puramente gráfico, sino también a través de las idol o las meido). Proyectan como “ideal” a una mujer dócil, sumisa, complaciente y que jamás rechazará a su “dueño”. E incluso aunque no fuese así, incluso aunque la personalidad del personaje fuese de otro tipo, siempre estaríamos hablando de personalidades artificiales, idealizadas, alejadas de la realidad y, en un sentido u otro, “perfectas” para el perfil del consumidor. Aquí tiene, mujeres virtuales a la carta. Feminidades virtuales alternativas para que nuestros clientes enfadados con el 50% de la población puedan tener algunas otras opciones donde escoger, mientras nosotros nos lucramos. La mujer perfecta para usted, que jamás le dirá que no y con la que podrá cumplir su fantasía romántica y, ¿por qué no? reproducir estereotipos y adoptar los roles de género más tradicionales de la manera más moderna y actual.

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Es innegable que las meido son también una representación de ese tipo de mujer «ideal» sumisa, dócil y servicial. Fotos extraídas de Wikipedia.

No faltan, ni faltarán, las personas que opinen que “pues adelante, si ellos son felices así, está bien”. No puedo estar de acuerdo. Debe llevarse a cabo (y entiendo que una cosa es decirlo, y otra hacerlo) una normalización tanto de la soltería como un estado compatible con una vida plena y feliz, así como del rechazo como algo que puede llegar a ser habitual en muchas etapas de la vida. Sufrir el rechazo de una, de diez, o de cincuenta mujeres no implica que “las mujeres sean…” y que haya que buscar alternativas a ellas. No deberíamos en ningún caso justificar de ningún modo esta esencialización de la mujer que difícilmente podemos desligar de determinados sentimientos derivados en muchos casos de experiencias personales concretas, ni mucho menos el mercado debería poder lucrarse con ello. Por supuesto es interesante también preguntarse por qué tanta gente puede llegar a sentirse así en la sociedad japonesa, y por qué ese miedo o ese supuesto rechazo relativamente habitual en algunos grupos, pero en ningún caso podemos poner el foco del problema en las mujeres como tal.

No obstante, esto ya son cuestiones que dependen de infinidad de factores y que desde luego no tienen una solución a corto plazo. Más allá de la categorización de este fenómeno de amor virtual como algo “curioso”, “bueno” o “malo”, “natural” o “antinatural”, lo verdaderamente preocupante es que el capital manda, y si puede sacar tajada de las fantasías amorosas de quien sea, lo va a hacer. Y si para ello hay que crear “feminidades virtuales”, por denigrantes que sean, que a nadie le quepa duda de que se va a hacer. Las fantasías masculinas heterosexuales son una mina de oro para estas empresas. ¿Mujeres reales? ¿Para qué? Novia virtual a la carta. Y no se admiten devoluciones.

 

La maquinaria de la industria idol: espectáculo al servicio de empresas mafiosas

Un grupo de chicas jóvenes sube al escenario mientras el público, en su gran mayoría hombres de un gran abanico de edades, grita y aplaude enfervorecido. Las jóvenes artistas realizan su espectáculo: uniformadas como el mismo atuendo, cantan (generalmente canciones de temática amorosa), bailan y, de vez en cuando, entre canción y canción, conversan con el público (siempre con la masa indefinida, jamás con individuos concretos) o entre ellas mismas, o dan alguna noticia relacionada con el público, que reacciona siempre con pasión. La conexión entre las artistas y sus fans parece total: se suceden las risas, los gritos de ánimo (sí, de ánimo, como si se tratara de un partido de fútbol), los coros y coreografías desde el público, etc. Ya solo queda una canción para que el concierto termine y una de las chicas toma el micro para dar una noticia: entre lágrimas, reconoce que este es su último concierto con el grupo y que su idea es dejar el mundo de las idols. La mayoría de fans muestra su apoyo y, salvo unos pocos que no se toman nada bien la decisión, le piden a gritos que, por favor, no se vaya.

Es el comienzo de Perfect Blue (1998), película de Satoshi Kon, pero no se trata, ni mucho menos, de un contexto y una situación que queden únicamente reducidos a ficción.

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Concierto de AKB48 en 2010. Extraída de flickr.com

Para aquellos lectores que no estén familiarizados con el término, las cantantes idol son personajes mediáticos, de una edad que no suele superar los 30 años, y que generalmente son valoradas más por su consideración como chicas kawaii que por sus habilidades sobre el escenario. Quizá a muchos os suenen grupos como AKB48 o Morning Musume, por citar a dos de los más populares. Artistas que mantienen (o simulan que mantienen) con sus fans (los denominados wota) una suerte de relación emocional que va más allá de lo meramente musical o artístico, y que es precisamente el motivo de consumo de muchos. No es mi intención aburriros hoy con matices y detalles sobre esta relación o estos “lazos emocionales”, sino hablar, a raíz de una terrible noticia, de las condiciones laborales a las que se enfrentan estas artistas, cuyos espectáculos aparecen siempre rodeados de un aura de “felicidad”, “energía” o “pureza” que para nada tiene que ver con lo que se encuentra detrás de los escenarios.

El pasado 12 de octubre se conocía la noticia de que Honoka Omoto, una joven idol de 16 años, miembro del grupo Enoha Girls, se había suicidado. La presión a la que estaba sometida como idol, las jornadas de más de 10 horas, los abusivos mensajes a su móvil por parte del staff del grupo ante el deseo de la chica de abandonar el grupo, así como la amenaza por parte de la directiva del grupo de reclamar a su familia exageradas cantidades de dinero en caso de que abandonase el grupo, son presumiblemente los motivos por los que la joven decidió poner fin a su vida.

Decir que los suicidios provocados por situaciones de gran estrés o precariedad laboral  en Japón son preocupantes es decir una obviedad, nadie lo esconde. Decir que hay un sistema económico detrás que está acabando directa o indirectamente con la vida de muchas personas, debería serlo también. No son pocos los trabajadores y estudiantes que cada año deciden quitarse la vida tras depresiones derivadas de situaciones de altísima presión y estrés. Trabajar, trabajar y trabajar. Producir, producir y producir. Generar, generar y generar. Resultados. Por encima de todo. Y la industria idol no solo no se libra de estas dinámicas, sino que está totalmente atravesada por ellas.

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Fotograma de la película Perfect Blue

No seré yo el que, exponiendo la situación de un sector concreto como es este, caiga en el error de endiosar a otros sectores o empresas cuya explotación a los trabajadores es evidente y terrible, más allá de que muestre diferencias con el caso de la industria idol. Mi intención es mostrar de manera muy general y resumida algunas particularidades presentes en esta industria y que aparecen totalmente normalizadas y socialmente aceptadas, rodeadas de un manto kawaii de “felicidad” y “pureza”. Y, por supuesto, sería un error obviar la cuestión de género en este caso, pero permitidme que en esta entrada me centre en exponer superficialmente las condiciones laborales y la situación de muchas idol como trabajadoras.

El caso de Honoka Omoto, si bien ha terminado de la peor forma posible, no deja de ser un ejemplo más de las situaciones a las que se enfrentan muchas idols, populares y no tanto, día a día. Desde el momento en que firman el contrato se convierten automáticamente en meras herramientas al servicio de las agencias idol (denominadas jimusho). Estas agencias poseen un control absoluto tanto de la carrera profesional de las idols, como de su propia vida privada. Por un lado, cuentan con la totalidad de los derechos de publicación y de imagen de las artistas, que no tienen ningún poder de decisión sobre el material artístico que interpretan, ni sobre sus apariciones mediáticas, ni siquiera sobre su permanencia en el grupo: pueden ser expulsadas, transferidas a otros grupos o ver su jerarquía modificada dentro del propio grupo. Las jimusho deciden a quién convierten en una figura visible, y quién queda relegada a un segundo plano. Por otro lado, existe un rígido control sobre la vida privada de las artistas, con numerosas prohibiciones: nada de relaciones amorosas, nada de apariciones públicas con chicos, nada de alcohol, tabaco o drogas en general, nada de posicionaminetos políticos, etc. Nada que pueda dañar su imagen kawaii, inocente y dedicada en cuerpo y alma a sus fans.

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Fotogramas del documental Tokyo Idols (2017). Según el documental, en la actualidad hay unas 10.000 idols en Japón.

Las largas jornadas de trabajo se ven también también salpicadas por el fomento por parte de las jimusho de una gran competitividad interna y de jerarquías. En el caso de AKB48, una de las antiguas y más populares integrantes del grupo, Minami Takahashi, llegó a reconocer que le producía temor la idea de faltar un solo día a los ensayos, pues podrían quitarle su puesto de gran relevancia dentro del grupo, tal y como se recoge en la obra AKB48 Ura Hisutorii (2013). En el caso concreto de este grupo, algunos autores recogen también cómo en sus primeros años se fomentó ferozmente la competencia entre los dos “subgrupos” que lo componían: los denominados Team A y Team K, calificándose a las pertenecientes al segundo subgrupo como “las que no valen para el Team A”.

¿Y qué ocurre entonces si una idol decide “romper las cadenas”? Que la maquinaria mafiosa de las jimusho se pone manos a la obra. Son muy numerosos los casos de artistas que son expulsadas o puestas en evidencia públicamente por, por ejemplo, filtraciones de fotografías en las que aparecen con chicos. Algo tan simple como eso. Si una idol decide que quiere abandonar el grupo por su cuenta, la jimusho de turno hará lo posible para evitarlo (como en el desgraciado caso de Honoka Omoto), y si no puede evitarlo, es conocido que existen listas negras no oficiales compartidas por las jimusho, como método de chantaje para que la artistas se lo piense dos veces antes de abandonar la banda: si lo hace, probablemente nunca vuelvan a contratarla en otra banda idol. En ocasiones las propias artistas se arrepienten públicamente de haber roto las normas de la jimusho, y piden perdón públicamente. Fue muy sonado el caso de Minegami Minegishi, que tras filtrarse unas fotos en las que salía de la casa de otro artista con el que había pasado la noche, se rapó el pelo y publicó un vídeo pidiendo disculpas:

Pero, a fin de cuentas, ¿ellas sabían lo que hacían, no es así? Ellas firmaron un contrato donde todo esto estaba estipulado. No exactamente. Muchas jóvenes son captadas por las jimusho cuando ni siquiera han entrado en la adolescencia: es decir, siendo niñas. Y aunque no fuera así, ¿cómo podemos aceptar que empresas, se dediquen a lo que se dediquen, puedan tener ese poder de decisión sobre la vida de sus trabajadores? No, a nadie le parecería razonable, o eso quiero creer, que, por poner un ejemplo, Panasonic empezase a incluir cláusulas en sus contratos que prohíben a sus trabajadores mantener relaciones sexuales. Incluso en otros sectores repletos de figuras públicas esto resulta impensable (el fútbol, por ejemplo). Hasta ahora se antojaba ciertamente complicado que pudiera surgir un debate público sobre estas cuestiones en Japón. Quién sabe si, tras el trágico fallecimiento de Omoto, se puede abrir una puerta para, al menos, revisar las condiciones laborales de las jóvenes. Es una aberración que la empresa privada puede tener poder de decisión por encima del Estado y las leyes. Es una aberración que una empresa pueda decirle a una trabajadora cómo debe vivir su vida y qué es lo que puede hacer y no. Y es una absoluta aberración que todo ello esté normalizado y aceptado. Pero, como diría alguno por aquí: “¡es el mercado, amigo!”.

Si queréis saber más sobre este tema, os propongo una lista de obras de diferentes tipos y un documental:

Aoyagi, H. (2004). Islands of Eight Million Smiles. Idol Performance and Symbolic Production in Contemporary Japan. Massachusetts y Londres, EE.UU e Inglaterra: Harvard University Press

Galbraith, P. W., y Karlin, J. G. Patrick W. Galbraith y Jason G. Karlin (Eds.), Idols and Celebrity in Japanese Media Culture. Nueva York, EE.UU: Palgrave Macmillan

Kojima, K. (2013). AKB48 Ura Hisutorii. [La historia oculta de AKB48]. Tokio: Bubka.

Miyake, K. (directora). (2017). Tokyo Idols (documental). Coproducción Japón-Canadá-Reino Unido; Distribuida por BBC Four

Rodríguez, D. (2018). Estrategias de captación y mantenimiento de consumidores
en la industria idol japonesa: el caso de AKB48. Asiadémica, vol. 12, pp. 129-185

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