El pasado 15 de febrero Japón reconoció por fin a los ainu como pueblo indígena. Ocurría después de muchos años de lucha por parte de este pueblo tan maltratado durante más de un siglo. Pero los ainu se muestran bastante escépticos con esta ley, pues aseguran que el único objetivo es promover el turismo en las zonas donde residen los pocos ainu que quedan en la actualidad, (13 118 en Hokkaido 2017), y que está lejos de querer mejorar y aumentar sus escasos derechos.
¿Quiénes son los ainu?
Los ainu son un pueblo indígena del norte del archipiélago japonés: Hokkaido y el norte de Honshu (la isla principal de Japón), pero también habitan territorio ruso, las islas Kuriles y la isla de Sajalín. En 1869, cuando Ezochi, la isla más septentrional de las cuatro más grandes que conforman el archipiélago japonés, pasó a llamarse Hokkaido, a los ainu se les prohibió llevar a cabo sus prácticas habituales de caza y pesca y se los obligó a dedicarse a la agricultura en las peores tierras del territorio, lo que los fue empobreciendo. Además, colonizaron su propia tierra (Hokkaido y el norte de Tohoku) y los fueron arrastrando más y más al norte hasta llegar a confinarlos. Eran considerados aborígenes (1899) y se les prohibió el uso de su lengua. Durante la Restauración Meiji se comenzó a llevar cabo una política de asimilación forzada mediante la cual los ainu vieron cómo se les roba toda su identidad cultural como pueblo con la intención de convertirlos en japoneses. Es curioso que «ainu» signifique «humano» en su lengua teniendo en cuenta que el gobierno Meiji no los trató como tales.
Isabella Bird: la inglesa que veraneó con los ainu
Isabella Bird fue una explorada inglesa, además de escritora, fotógrafa y naturalista, que durante el siglo XIX se atrevió a visitar lugares muy alejados de su país natal, siendo la primera mujer en entrar en la Royal Geographical Society. Entre los viajes que realizó, uno de los más destacados fue el que hizo a Japón en el verano de 1878. Desde mayo a septiembre de ese año recorrió gran parte del norte de Japón, un territorio que por aquella época no había sido explorado por extranjeros. Partió desde Yokohama, puerto en el que atracó su barco, y llegó hasta Hokkaido en una época en la que la comodidad y rapidez del tren bala aún era muy lejana; unos años en los que no podía alojarse en cómodos ryokan preparados para que los turistas extranjeros vivan la auténtica experiencia japonesa, sino que tenía que conformarse con yadoyas, posadas muy rudimentarias en las que la intimidad y la comodidad eran prácticamente inexistentes.

Durante todo su viaje le escribió cartas a su hermana donde le relataba sus vivencias en tan extraño país. Todas esas cartas conforman el libro Japón inexplorado, publicado en España en 2018. En la última parte de este libro presenciamos el encuentro de Isabella Bird con los ainu de Hokkaido, con los que convivió durante la última etapa de su viaje. Fue recorriendo varias poblaciones ainu (kotan) y observando la diferencia entre unos y otros, pues se dio cuenta de que los ainu del este de la isla y los del oeste no eran iguales. Bird se encontró con un pueblo amable y muy hospitalario a pesar de la pobreza en la que vivían las familias, siendo capaces de recorrer los kilómetros que los separaban del siguiente kotan solo con el objetivo de buscar algo que ofrecerle de desayuno a aquella peculiar extranjera. La exploradora le relata a su hermana cómo a los ainu se les obliga a vivir a cierta distancia de los japoneses, que los hombres son extremadamente peludos y que el suelo del que disponen para la agricultura es muy pobre; además, el gobierno japonés les prohibió el uso de cebos y de flechas emponzoñadas, lo que hacía mucho más difícil la caza, que era su medio tradicional de sustento. Los ainu no fueron especialmente reacios a contarle sus costumbres y hábitos, pero lo que sí le rogaron encarecidamente fue que no informase al gobierno japonés de que habían hablado sobre sus costumbres, pues tenían mucho miedo a posibles represalias. Isabella Bird, aun considerando a los ainu unos salvajes (no olvidemos que hablamos de alguien con una visión decimonónica), no escatimó en halagos y cumplidos hacia ese pueblo que la acogió durante alrededor de un mes y que hizo de su estancia un recuerdo inolvidable.
Como consecuencia de esta política de asimilación forzada, los niños ainu empezaron a tener nombres japoneses y a ir a colegios japoneses. Pobres, aislados y despojados de toda su identidad cultural no es raro que los ainu se sintiesen avergonzados de sus propios orígenes por miedo a ser discriminados. Y eso fue exactamente lo que le ocurrió a Kenji Matsuda.
La historia de Kenji
El pasado mes de diciembre pudo visitarse en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres la exposición del fotógrafo Adam Isfendiyar sobre los ainu en general y sobre Kenji Matsuda en particular. Adam asistía a un festival ainu en Toyama en 2016 cuando conoció a Kenji, que lo invitó a alojarse en su casa de Hokkaido, en Ainu Kotan, a cambio de que lo ayudase en su restaurante de ramen. Fue así como Adam acabó impregnándose durante dos años de la poca cultura ainu que ha quedado, y tal estancia tuvo su fruto, que no es otro que una serie de fotos del pueblo ainu y de la familia Matsuda, así como la visión personal de Kenji en cuanto a lo sucedido con sus antepasados basándose en su propia experiencia.

Kenji es el mayor de cinco hermanos, nació en 1954 en un pequeño pueblo pesquero al noreste de Hokkaido. Su madre era ainu y su padre era un japonés que trabajaba la madera y que había sido aceptado en la comunidad ainu. Tenía una tienda de recuerdos tallados en madera ya que las poblaciones cercanas al lago Akan pasaron a ser un lugar muy turístico. La pobreza obligaba a sus padres a trabajar incansablemente, por lo que fue su abuela la que lo crió y a la que él considera una segunda madre. Su abuela era ainu y había crecido durante el periodo Meiji en una de las zonas reservadas para el pueblo ainu en Hokkaido. Como de pequeña había sido discriminada por sus orígenes, nunca le transmitió la cultura ainu a Kenji ni al resto de sus nietos, tan solo les enseñó tres cosas importantes para ellos: no robar, no mentir y no esperar nada de los demás. Esta última enseñanza posiblemente aprendida por el maltrato recibido después de que los ainu fuesen prácticamente despojados de su identidad.

Kenji, al igual que otros niños, intentaba ocultar que era ainu y odiaba serlo porque por culpa de sus orígenes, y en consecuencia de su pobreza, los niños se metían con él. Su físico también era motivo de burlas pues, como él mismo cuenta, los ainu tienen más pelo que los japoneses y cualquier rasgo que lo diferenciase de los demás niños lo hacía carne de cañón para las mofas. El nivel de discriminación era tal que la propia palabra «ainu» era considerada un insulto. Ya no es que le dedicasen adjetivos peyorativos comunes, sino que habían convertido en un insulto la palabra que denominaba a todo un pueblo: el suyo.
Por todas estas razones no llegó a terminar el instituto, a lo que su abuela no se opuso ya que no veía ningún fruto en los estudios. Antes de dejar el instituto ya era ayudante de pescador, y cuando lo abandonó definitivamente se convirtió en pescador a jornada completa. Aunque este trabajo no le duró mucho, porque comenzó a marearse en el mar y acabó dejándolo. Con tan solo 16 años se marchó a Sapporo (capital de Hokkaido) en busca de trabajo. Allí comenzó pintando coches y volvió a chocarse con la discriminación cuando empezó a salir con una japonesa cuyo padre le obligó a que lo dejara por ser ainu. Esto lo llevó a intentar ocultar sus orígenes, porque en Sapporo había menos ainu aún que en su ciudad natal. Pero transcurrido un tiempo, dejó atrás esa vergüenza y llegó a convertirse en el presidente de la Sociedad de Preservación de la Cultura Ainu. Además, comenzó a interesarse por la cocina y en 1995 abrió su propio restaurante de ramen, Banya, que a día de hoy sigue abierto.

La historia de Kenji es solo una más de la de miles de ainu que se han visto en la posición de tener que renunciar a sus orígenes por miedo a la discriminación. Pero parece que por fin al pueblo ainu se le está dando más voz en diferentes medios culturales y artísticos. Un ejemplo es el anime Golden Kamuy (adaptación del manga que empezó a publicarse en 2015) que se estrenó en 2018 y que ha tenido bastante buena acogida. De la mano de Asirpa, una niña ainu, nos acercamos a las tradiciones ainu, a la figura de la mujer ainu y a la situación de este pueblo tras la guerra ruso-japonesa (1904-1905) a la vez que ella le transmite costumbres de su pueblo al soldado japonés Saichi Sugimoto.
Aunque los ainu tengan ahora más voz que nunca no podemos pasar por alto que esa voz se la conceden otros, y eso no es otra cosa que un síntoma que nos indica que al pueblo ainu aún le queda mucho para obtener todos los derechos que en su día les fueron arrebatados tan injustamente.