Office ladies: las olvidadas de las empresas japonesas

Al pensar en Tokio es fácil que muchas personas proyecten mentalmente la imagen de una multitud de hombres trajeados todos a la par, maletines en mano, andando de aquí para allá, cruzando el famosísimo cruce de Shibuya, subiendo o bajando escaleras mecánicas, entrando en estaciones de tren y de metro, luchando por hacerse hueco en un vagón en horas puntas, yendo a un izakaya o a un karaoke para cumplir con la rígida etiqueta japonesa para después regresar a casa completamente dormidos en el tren. Son los salaryman, hombres que trabajan en empresas a jornada completa y cuyas obligaciones e inconvenientes son cada vez más conocidos fuera de Japón.

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Entre toda esa marea de hombres que llenan las calles, los medios de transporte, las tiendas, los restaurantes y los bares de las principales ciudades japonesas, de vez en cuando, y cada vez con más frecuencia y en mayor número, vemos a una mujer también trajeada que podría parecernos el equivalente a un salaryman, tal vez una salarywoman. Error, en la mayoría de los casos serán offices ladies, mujeres que podrían compararse con las secretarias occidentales. El papel de estas mujeres pasa muchas veces desapercibido, pero no porque sea carente de importancia en la economía japonesa o como ejemplo para estudio sobre la discriminación de la mujeres trabajadoras en Japón, sino porque, una vez más, las mujeres quedan invisibilizadas.

El papel de la mujer está cambiando en algunas partes del mundo, alejándose cada vez más de los preceptos que la obligaban a ser dos cosas en la vida: esposa y madre. Pero cada país, cada cultura, avanza a un ritmo diferente como consecuencia de sus distintos pasados. En Japón todavía está considerablemente arraigado este doble papel que deben acatar las mujeres, y si no deciden hacerlo, sufrirán algún tipo de consecuencia. Lo más normal es que una mujer, acabados sus estudios, se busque un trabajo y lo deje en el momento de casarse. Muchas trabajando solo en puestos de media jornada (arubaitos), pero otras deciden hacerlo a tiempo completo en empresas, convirtiéndose así en office ladies.

Los primeros pasos

El término office lady (abreviado muchas veces como OL) lo acuñó en 1963 la revista Josei Jishin, una revista para mujeres; aunque existía un término aún más peyorativo que dejó de usarse al menos de cara al público: office flowers; que puede recordarnos a nuestro «mujer florero». En su título ya empezamos a percibir la discriminación frente a sus colegas, mientras que ellos son «hombres asalariados», ellas son simplemente «señoritas de oficina».

Las tareas del día a día de una OL son hacer fotocopias, llevar la contabilidad básica, procesar textos, atender llamadas e incluso servir el té y hacer recados fuera de la oficina. Teniendo en cuenta su cometido en la empresa, cabría esperar que estas mujeres carezcan de estudios o sencillamente tenga algún curso relacionado con las tareas de secretariado. Aunque algunas veces está lógica se cumple, lo cierto es que muchas de ellas tienen una carrera universitaria del mismo valor que la de sus compañeros hombres. Pero cuando un hombre y una mujer entran en una empresa no siguen el mismo camino a pesar de tener la misma formación y las mismas capacidades. Los hombres empiezan desde abajo y pueden ir ascendiendo en función a la antigüedad que tengan en la empresa, viendo así incrementado su sueldo. Pero este camino en ascenso está prácticamente vetado para las mujeres, que son dirigidas de forma obligatoria por un camino que se mantiene siempre a la misma altura y cuyo final se percibe no muy lejano.

Las OL no ascienden porque se espera que abandonen la empresa a los pocos años para dedicarse a su marido y a sus hijos. Por esta razón su trabajo no es evaluado y por tanto tampoco reconocido ya que en las políticas de las empresas no se contempla que vayan a ascender. Como consecuencia, en su día a día laboral se pueden percibir importantes discriminaciones que suman un total muy grande: no tienen tarjetas como profesionales, sus sellos son más pequeños que los de sus compañeros, tienen que comer a una hora fija y los hombres no, si una mujer se casa con un hombre de su misma empresa, ella debe dejar su puesto, y la más importante: el sueldo. Al carecer de la posibilidad de un ascenso, tardan muchos más años en ver sus ingresos aumentados. La brecha salarial es desorbitante, habiendo mujeres de 50 años que llevan toda su vida en una empresa y que cobran lo mismo que un hombre que lleva tan solo cuatro años en dicha empresa. Es un sistema que está ideado para usar a las mujeres durante unos años y después desviarlas hacia su verdadero camino como esposas y madres.

A medio camino

Ya hemos visto que las tareas de las OL son las de una secretaria, pero nos quedaríamos cortos si dijésemos que su trabajo se limita a eso. No son solo office ladies, son también offices wives (esposas de oficina) porque algunas llegan a realizar todo tipo de tareas para sus jefes, como comprar regalos para sus clientes o servirles el té a estos últimos. Esta última tarea, la de servir té a clientes de la empresa, es posiblemente la que más detestan las OL porque casi nunca reciben una muestra de agradecimiento ni por parte de sus compañeros ni por la de los clientes de estos, además de tener que recoger las tazas después de que han terminado y de verse obligadas a servirlo siguiendo la estricta jerarquía empresarial japonesa. Es una tarea que además las interrumpe de su verdadero trabajo porque deben acudir a realizarla en el momento en el que se les ordena, no teniendo así ningún control sobre sus tiempos en sus horas laborales.

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Como el sistema está preparado para que la mujer abandone su puesto antes de casarse, aunque existen las bajas por maternidad, tan solo son una formalidad. Si ya es raro que una mujer casada siga trabajando, que pretenda seguir haciéndolo después de tener un hijo lo es todavía más. Cuando una OL coge una baja por maternidad, su puesto no se cubre, por lo que sus compañeras acaban teniendo más trabajo del que les corresponde. Esa mujer será percibida como una persona egoísta por no tomar el camino que debe y perjudicar a sus compañeras, por lo que decidirse a coger una baja de maternidad en Japón es un acto de valor muy grande no exento de consecuencias, pues muchas llegan a sufrir acoso por ello; lo que fomenta así la mala relación entre las mujeres del departamento. Incluso, mientras están embarazadas se las traslada a departamentos con más carga de trabajo; eso, junto a su estado, hace que quieran abandonar definitivamente la empresa. Es una estrategia sucia porque la empresa no quiere, bajo ningún concepto, que una OL coja una baja por maternidad o para la crianza de sus hijos, prefieren que dejen su trabajo y contratar a una mujer soltera.

Por otro lado, a ciertos sectores empresariales de Japón no les interesa que las OL dejen de existir ya que es un grupo que gasta mucho. Pero ¿cómo es posible si su sueldo es mucho más bajo que el de sus compañeros? Porque, en la mayoría de los casos, las OL viven con sus padres y todo el dinero que ganan lo emplean en gastos personales: restaurantes, espectáculos, ropa, objetos e incluso viajes no solo dentro de Japón, sino también al extranjero. Al no tener que pagar facturas ni una hipoteca, tener unos horarios menos sobrecargados que los de sus compañeros y nadie de quien ocuparse, emplean todo su tiempo libre en ocio. Pero también hemos de tener en cuenta que lo hacen así porque son conscientes de que en el momento en el que se casen, está libertad de acción les será arrebatada porque deberán ocuparse de su marido, de criar a sus hijos y de llevar la economía familiar. Para ellas estos años son como unas vacaciones previas a unas obligaciones de las que jamás podrán escapar.

El final de su carrera profesional

El camino de una OL tiene un final cercano y esperado, pero es lógico imaginar que no todas las mujeres quieren casarse y tener hijos, o verse obligadas a dejar su trabajo para hacerlo, aunque la presión social es más fuerte. Muchas mujeres que a ojos de la sociedad japonesa ya deberían estar casadas y siguen trabajando acaban marchándose porque hablan mal de ellas en su entorno laboral. También se cansan de hacer trabajos demasiado sencillos para los que están sobrecualificadas por el gran número de años que llevan en la empresa y que además no son valorados de ninguna manera.

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Que una OL acabará dejando su puesto antes o después es una regla grabada tan a fuego en las empresas japonesas que cuando dejan su puesto porque van a casarse se hace una ceremonia en la oficina para celebrarlo. Si el jefe de alguna OL ve que este momento se está retrasando demasiado en el tiempo, acaban sugiriéndoles que es momento de que abandonen la empresa. Ante tal panorama no es de extrañar que la mayoría acabe sucumbiendo a esas normas que no están escritas pero que son tan fuertes y siguen todavía muy presentes a día de hoy.

Resistencia pasiva

Tras analizar el sinfín de discriminaciones que sufren las OL en sus puestos de trabajo, es lógico preguntarse si realizan algún tipo de queja formal para intentar cambiar su situación. La respuesta es no, al menos de forma directa. Ya sabemos que la sociedad japonesa no está ideada para que sus miembros se muestren especialmente reivindicativos ni combativos, y si se trata de una mujer es todavía más difícil que lleven a cabo una protesta como podríamos concebirla desde una perspectiva occidental. Pero lo cierto es que las OL sí que llevan a cabo actos de resistencia porque son plenamente conscientes de la discriminación que sufren por su sexo. Pero son actos semiocultos e indirectos que podrían pasar desapercibidos ante nuestros ojos si no los analizamos detenidamente y teniendo en cuenta la relación entre las mujeres y los hombres de una empresa y qué papel juega cada uno de forma individual.

Estos actos de resistencia pueden dividirse en dos: actitudes que afectan a la eficiencia de los hombres y actitudes que afectan a la reputación de estos. Una OL puede decidir no ser cooperativa con algún jefe que no la haya tratado bien negándose a tomar la iniciativa de ayudarlo y negando favores. Entre los actos que pueden afectar a la reputación de sus compañeros se encuentran: informar a recursos humanos de su mal comportamiento, hacerles el vacío (sosukan), cotillear sobre ellos y, sorprendentemente, el ritual del Día de San Valentín.

En sus horas libres, las OL solo se relacionan entre ellas, y una de las cosas que hacen es hablar sobre sus compañeros. Se quejan de que algunos son arrogantes y las deshumanizan tratándolas como simples máquinas. También se fijan mucho en si son eficientes o no, pues esto repercute directamente en ellas, cargándolas con más o menos trabajo. Consideran que, al tener unos sueldos bastantes superiores, de vez en cuando deben invitarlas a comer fuera. Todos estos criterios que usan para evaluar a los hombres son fijados por las políticas discriminatorias que sufren. Pero ¿cómo es posible que esto sea un acto de resistencia? Lo es porque estas críticas no quedan entre las OL, sino que se las hacen saber de forma indirecta al hombre en cuestión. Como consecuencia, el superior del hombre criticado entenderá que aún no es apto para un ascenso porque no sabe supervisar a sus subordinadas. Además, cuando una mujer percibe a un hombre como alguien negativo y lo comparte con sus compañeras, esta visión negativa se extrapola a todo el conjunto de OL de la planta y se mostrarán poco cooperativas con él. Toda esta dinámica está tan presente y puede perjudicar tanto a un hombre en su trabajo que hay libros y hasta revistas con secciones dirigidas a ellos con el propósito de entender mejor la psicología de las OL para saber cómo actuar con ellas y que así su comportamiento no les repercuta de forma negativa.

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La celebración de San Valentín en Japón es bastante peculiar; es una tradición occidental que han adaptado y que poco tiene que ver con la original. El 14 de febrero, las mujeres que trabajan en una empresa deben regalarles chocolate a sus compañeros de sección, presente que será devuelto durante el White Day un mes después. Estos chocolates son un medidor de popularidad de los hombres entre las OL de su departamento. Todos reciben algún chocolate, pero a algunos solo les regalan el obligatorio mientras que otros reciben muchos más. ¿Qué quiere decir eso? Cuantos más chocolates reciben, mejor opinión tienen las OL de ese compañero. Pueden ser regalos envenenados si la cantidad de chocolate que reciben es menor, si se lo dan tarde o si el chocolate está roto; este último es un claro mensaje de que no es apreciado entre sus compañeras puesto que no ha sido casual que el chocolate recibido se encuentre en mal estado. Esta celebración es uno de los pocos momentos en los que las mujeres se unen y deciden a quién van a regalar y qué cantidad como forma de protesta. Algo parecido ocurre cuando un hombre es trasladado a otra ciudad por la empresa, las mujeres acostumbran a regalarles flores, pero estas también dependerán de cómo se haya comportado él con sus compañeras a su paso por la empresa. Es bastante significativo que estos regalos que les hacen las mujeres a los hombres, chocolates y flores, no sean cosas que los hombres japoneses (y no japoneses) disfruten y valoren especialmente, sino que son regalos más propios de hacerle a una mujer según las costumbres. Es sin duda una ironía que hayan sido elegidos como medidores de popularidad entre las OL.

Mencionábamos antes el White Day, que se celebra justo un mes después de San Valentín. En este día los hombres del departamento obsequian a sus compañeras con un regalo más valioso que el recibido en San Valentín. Es importante que no se les pase por alto este regalo y que esté bien pensado, pues de lo contrario pueden ganarse mala fama entre las OL, algo que, como hemos visto, no les conviene en absoluto en su carrera hacia el ascenso. Lo irónico de esta situación es que en la mayoría de los casos, durante los días previos al White Day las tiendas se llenan de regalos, pero lo que nos encontramos no son a salaryman escogiendo el obsequio ideal para su compañera, sino a las mujeres de estos. Muchas de las mujeres de estos hombres fueron en su día OL y conocen muy bien las consecuencias de no regalar nada en el White Day, por lo que no desean que a sus maridos les ocurra lo mismo. Las que antes habían protestado pasivamente, ahora deben asumir un papel de apoyo al hombre.

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Todas estas son formas sutiles de resistencia porque se encuentran sin poder alguno y no creen que merezca la pena quejarse más formalmente ya que acabarán dejando la empresa cuando se casen. Tampoco tienen miedo a posibles represalias porque al no tener posibilidad de ascenso, no tienen nada que perder. En su discriminación encuentran puntos a favor para protestar precisamente por ser tratadas injustamente con respecto a los hombres.

Este entorno laboral de la oficina es un territorio muchas veces amenazante y hostil para las mujeres en el que resulta complicado sentirse a gusto porque está ideado para  algún día expulsarlas. Además de verse limitadas a realizar tareas para las que está sobrecualificadas, no son evaluadas ni recompensadas o sancionadas por su trabajo, lo que también es una forma de machismo. Se ven obligadas a ejercer un papel muy similar al de una esposa en un entorno laboral, son acosadas si deciden cogerse bajas de maternidad y no están exentas de los abusos sexuales. La sociedad en la que viven no las anima a llevar a cabo una protesta activa, por lo que se ven limitadas a realizar simples acciones de resistencia que entorpecen el trabajo de sus compañeros, pero que no les reporta mejoras sustanciales en sus condiciones laborales. Todos estos factores hacen que su independencia económica, y con ella su independencia general, se vea limitada a unos pocos años durante la veintena y que después vean el matrimonio como única opción para asegurarse un futuro sin problemas económicos. Pero no solo las OL sufren la discriminación, cualquier mujer que se salga de la norma es castigada por el sistema, y como resultado muy pocas se atreven a salir de este, perpetuando así una maquinaria de injusticias para las mujeres. El mundo está cambiando y Japón, al menos de cara el público, tiene la intención de seguir este cambio, pero la realidad es que aún queda un largo camino para la liberación de las mujeres en un país liderado por hombres.

 

Fotografía de portada: ©Tatsuo Suzuki

La maquinaria de la industria idol: espectáculo al servicio de empresas mafiosas

Un grupo de chicas jóvenes sube al escenario mientras el público, en su gran mayoría hombres de un gran abanico de edades, grita y aplaude enfervorecido. Las jóvenes artistas realizan su espectáculo: uniformadas como el mismo atuendo, cantan (generalmente canciones de temática amorosa), bailan y, de vez en cuando, entre canción y canción, conversan con el público (siempre con la masa indefinida, jamás con individuos concretos) o entre ellas mismas, o dan alguna noticia relacionada con el público, que reacciona siempre con pasión. La conexión entre las artistas y sus fans parece total: se suceden las risas, los gritos de ánimo (sí, de ánimo, como si se tratara de un partido de fútbol), los coros y coreografías desde el público, etc. Ya solo queda una canción para que el concierto termine y una de las chicas toma el micro para dar una noticia: entre lágrimas, reconoce que este es su último concierto con el grupo y que su idea es dejar el mundo de las idols. La mayoría de fans muestra su apoyo y, salvo unos pocos que no se toman nada bien la decisión, le piden a gritos que, por favor, no se vaya.

Es el comienzo de Perfect Blue (1998), película de Satoshi Kon, pero no se trata, ni mucho menos, de un contexto y una situación que queden únicamente reducidos a ficción.

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Concierto de AKB48 en 2010. Extraída de flickr.com

Para aquellos lectores que no estén familiarizados con el término, las cantantes idol son personajes mediáticos, de una edad que no suele superar los 30 años, y que generalmente son valoradas más por su consideración como chicas kawaii que por sus habilidades sobre el escenario. Quizá a muchos os suenen grupos como AKB48 o Morning Musume, por citar a dos de los más populares. Artistas que mantienen (o simulan que mantienen) con sus fans (los denominados wota) una suerte de relación emocional que va más allá de lo meramente musical o artístico, y que es precisamente el motivo de consumo de muchos. No es mi intención aburriros hoy con matices y detalles sobre esta relación o estos “lazos emocionales”, sino hablar, a raíz de una terrible noticia, de las condiciones laborales a las que se enfrentan estas artistas, cuyos espectáculos aparecen siempre rodeados de un aura de “felicidad”, “energía” o “pureza” que para nada tiene que ver con lo que se encuentra detrás de los escenarios.

El pasado 12 de octubre se conocía la noticia de que Honoka Omoto, una joven idol de 16 años, miembro del grupo Enoha Girls, se había suicidado. La presión a la que estaba sometida como idol, las jornadas de más de 10 horas, los abusivos mensajes a su móvil por parte del staff del grupo ante el deseo de la chica de abandonar el grupo, así como la amenaza por parte de la directiva del grupo de reclamar a su familia exageradas cantidades de dinero en caso de que abandonase el grupo, son presumiblemente los motivos por los que la joven decidió poner fin a su vida.

Decir que los suicidios provocados por situaciones de gran estrés o precariedad laboral  en Japón son preocupantes es decir una obviedad, nadie lo esconde. Decir que hay un sistema económico detrás que está acabando directa o indirectamente con la vida de muchas personas, debería serlo también. No son pocos los trabajadores y estudiantes que cada año deciden quitarse la vida tras depresiones derivadas de situaciones de altísima presión y estrés. Trabajar, trabajar y trabajar. Producir, producir y producir. Generar, generar y generar. Resultados. Por encima de todo. Y la industria idol no solo no se libra de estas dinámicas, sino que está totalmente atravesada por ellas.

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Fotograma de la película Perfect Blue

No seré yo el que, exponiendo la situación de un sector concreto como es este, caiga en el error de endiosar a otros sectores o empresas cuya explotación a los trabajadores es evidente y terrible, más allá de que muestre diferencias con el caso de la industria idol. Mi intención es mostrar de manera muy general y resumida algunas particularidades presentes en esta industria y que aparecen totalmente normalizadas y socialmente aceptadas, rodeadas de un manto kawaii de “felicidad” y “pureza”. Y, por supuesto, sería un error obviar la cuestión de género en este caso, pero permitidme que en esta entrada me centre en exponer superficialmente las condiciones laborales y la situación de muchas idol como trabajadoras.

El caso de Honoka Omoto, si bien ha terminado de la peor forma posible, no deja de ser un ejemplo más de las situaciones a las que se enfrentan muchas idols, populares y no tanto, día a día. Desde el momento en que firman el contrato se convierten automáticamente en meras herramientas al servicio de las agencias idol (denominadas jimusho). Estas agencias poseen un control absoluto tanto de la carrera profesional de las idols, como de su propia vida privada. Por un lado, cuentan con la totalidad de los derechos de publicación y de imagen de las artistas, que no tienen ningún poder de decisión sobre el material artístico que interpretan, ni sobre sus apariciones mediáticas, ni siquiera sobre su permanencia en el grupo: pueden ser expulsadas, transferidas a otros grupos o ver su jerarquía modificada dentro del propio grupo. Las jimusho deciden a quién convierten en una figura visible, y quién queda relegada a un segundo plano. Por otro lado, existe un rígido control sobre la vida privada de las artistas, con numerosas prohibiciones: nada de relaciones amorosas, nada de apariciones públicas con chicos, nada de alcohol, tabaco o drogas en general, nada de posicionaminetos políticos, etc. Nada que pueda dañar su imagen kawaii, inocente y dedicada en cuerpo y alma a sus fans.

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Fotogramas del documental Tokyo Idols (2017). Según el documental, en la actualidad hay unas 10.000 idols en Japón.

Las largas jornadas de trabajo se ven también también salpicadas por el fomento por parte de las jimusho de una gran competitividad interna y de jerarquías. En el caso de AKB48, una de las antiguas y más populares integrantes del grupo, Minami Takahashi, llegó a reconocer que le producía temor la idea de faltar un solo día a los ensayos, pues podrían quitarle su puesto de gran relevancia dentro del grupo, tal y como se recoge en la obra AKB48 Ura Hisutorii (2013). En el caso concreto de este grupo, algunos autores recogen también cómo en sus primeros años se fomentó ferozmente la competencia entre los dos “subgrupos” que lo componían: los denominados Team A y Team K, calificándose a las pertenecientes al segundo subgrupo como “las que no valen para el Team A”.

¿Y qué ocurre entonces si una idol decide “romper las cadenas”? Que la maquinaria mafiosa de las jimusho se pone manos a la obra. Son muy numerosos los casos de artistas que son expulsadas o puestas en evidencia públicamente por, por ejemplo, filtraciones de fotografías en las que aparecen con chicos. Algo tan simple como eso. Si una idol decide que quiere abandonar el grupo por su cuenta, la jimusho de turno hará lo posible para evitarlo (como en el desgraciado caso de Honoka Omoto), y si no puede evitarlo, es conocido que existen listas negras no oficiales compartidas por las jimusho, como método de chantaje para que la artistas se lo piense dos veces antes de abandonar la banda: si lo hace, probablemente nunca vuelvan a contratarla en otra banda idol. En ocasiones las propias artistas se arrepienten públicamente de haber roto las normas de la jimusho, y piden perdón públicamente. Fue muy sonado el caso de Minegami Minegishi, que tras filtrarse unas fotos en las que salía de la casa de otro artista con el que había pasado la noche, se rapó el pelo y publicó un vídeo pidiendo disculpas:

Pero, a fin de cuentas, ¿ellas sabían lo que hacían, no es así? Ellas firmaron un contrato donde todo esto estaba estipulado. No exactamente. Muchas jóvenes son captadas por las jimusho cuando ni siquiera han entrado en la adolescencia: es decir, siendo niñas. Y aunque no fuera así, ¿cómo podemos aceptar que empresas, se dediquen a lo que se dediquen, puedan tener ese poder de decisión sobre la vida de sus trabajadores? No, a nadie le parecería razonable, o eso quiero creer, que, por poner un ejemplo, Panasonic empezase a incluir cláusulas en sus contratos que prohíben a sus trabajadores mantener relaciones sexuales. Incluso en otros sectores repletos de figuras públicas esto resulta impensable (el fútbol, por ejemplo). Hasta ahora se antojaba ciertamente complicado que pudiera surgir un debate público sobre estas cuestiones en Japón. Quién sabe si, tras el trágico fallecimiento de Omoto, se puede abrir una puerta para, al menos, revisar las condiciones laborales de las jóvenes. Es una aberración que la empresa privada puede tener poder de decisión por encima del Estado y las leyes. Es una aberración que una empresa pueda decirle a una trabajadora cómo debe vivir su vida y qué es lo que puede hacer y no. Y es una absoluta aberración que todo ello esté normalizado y aceptado. Pero, como diría alguno por aquí: “¡es el mercado, amigo!”.

Si queréis saber más sobre este tema, os propongo una lista de obras de diferentes tipos y un documental:

Aoyagi, H. (2004). Islands of Eight Million Smiles. Idol Performance and Symbolic Production in Contemporary Japan. Massachusetts y Londres, EE.UU e Inglaterra: Harvard University Press

Galbraith, P. W., y Karlin, J. G. Patrick W. Galbraith y Jason G. Karlin (Eds.), Idols and Celebrity in Japanese Media Culture. Nueva York, EE.UU: Palgrave Macmillan

Kojima, K. (2013). AKB48 Ura Hisutorii. [La historia oculta de AKB48]. Tokio: Bubka.

Miyake, K. (directora). (2017). Tokyo Idols (documental). Coproducción Japón-Canadá-Reino Unido; Distribuida por BBC Four

Rodríguez, D. (2018). Estrategias de captación y mantenimiento de consumidores
en la industria idol japonesa: el caso de AKB48. Asiadémica, vol. 12, pp. 129-185

Wendy, X. (2014). Japanese ‘Idols’ in Trans-cultural Reception: The Case of AKB48. Virginia Review of Asian Studies, vol. 16, pp. 74-10.