No puedo contar con los dedos de las manos las veces que, queriendo mencionar el nombre del director del que hablaremos hoy, he pronunciado un sinfín de combinaciones diferentes: Nobuyashi Ōbahiko, Nobuyoshi Ōbaraki (errata común entre seguidores de la fotografía japonesa), Nobuhiro Ōbayashi, y un largo etcétera. A menudo tengo que recurrir a la referencia fácil para hacerme entender: “el director de Hausu” (House, 1977). Y es que es la película más alabada e internacional de Nobuhiko Ōbayashi (ahora sí), aunque lo fue tardíamente, puesto que esta comedia de terror con pianos depredadores y demás, no se distribuyó en el extranjero hasta 2009, por Janus Films.
Pero yo no he venido a hablar de éxitos ni clásicos, yo vengo a traeros todo lo contrario. La primera entrega de Joyas desconocidas del cine japonés. Una sección en la que deambularemos por viejas tiendas de video, buscando VHS llenos de polvo y sin subtítulos de películas de los ochenta y noventa, con personajes enfundados en tejanos y soundtracks a golpe de City Pop.
Nobuhiko Ōbayashi
Quien haya visto Hausu, se puede hacer una idea de lo que es el cine de Ōbayashi. Un cine experimental, un director que no tiene miedo a la hora de innovar y desafiar las normas, así como sus productores. Lo que recuerda al pobre Kitano, que no fue hasta después de escribir y dirigir varios éxitos ‘para todos los públicos’, que no realizó su merecida Takeshi’s (2005). O el mismísimo Kurosawa con Yume (Sueños, 1990). Aunque quizá la carrera de Ōbayashi no se pueda comparar, pues se trata de tres generaciones diferentes, él tuvo la suerte de hacer de cada película su propio experimento. Así lo confirma Donald Richie, quien curiosamente hace de narrador en uno de sus primeros metrajes (Emotion, 1966): “Un director independiente que se las ha arreglado para conservar su integridad e incluso recibir respaldo y distribución de la industria…”
Lo sorprendente es que más allá de la rebeldía en los medios estilísticos, el resultado del cine de Ōbayashi es muy atractivo para el espectador medio de la época (años setenta y ochenta). Por ejemplo, hacer una versión cinematográfica de un manga popular y darle el papel protagonista a una idol, Tomoyo Harada, no era algo que precisamente lo alejara del público comercial. Pues la versión cinematográfica que hizo de Toki o kakeru shōjo (La chica que saltaba a través del tiempo, 1983), recaudó en su momento nada menos que 4 millones de yenes, unos 19 millones de dólares actuales. Una popularidad que “puede deberse, en parte, a la tendencia de Ōbayashi a hacer comedia, un género en el que prospera lo individual, o al hecho de que su productora, Kyoko Obayashi, es de la familia.”
Kare no ōtobai, kanojo no shima (1986)
En Kare no ōtobai, kanojo no shima (His Motorbike, Her Island, 1986), basada en una novela de Yoshio Kataoka, un joven tokiota se dedica a llevar primicias a los periódicos con su preciada Kawasaki y enfundado en una chupa de cuero. Suele evadirse con la moto lejos de la ciudad y un día conoce a una chica, oriunda de una isla de Onomichi, al este de Hiroshima, que curiosamente despertará la misma pasión por el motociclismo. Tras un onírico reencuentro en unos baños termales esa misma noche, se separarán para volverse a ver en verano y alimentar un bonito romance de ‘película’.
Y digo de película, porque se trata de una trama amorosa a simple vista común (romance, desapego, retorno), más allá de ser presentada con unos tintes oníricos que confunden al espectador, pues uno no sabe si la chica es o no producto de su imaginación. Un romance entre chico y chica, con algo de acción y peligro -representada por el elemento del motociclismo-, un antagonista -el hermano de su ex-, una soundtrack pop ochentera y esa oposición entre la urbe y el campo. Dentro del abanico de inesperados momentos visuales, la mayoría de escenas tienen una presentación formal y unas líneas de guión con precedente claro en películas de época, que todo el mundo recibiría con los brazos abiertos. Un ejemplo son las escenas románticas en blanco y negro, bajo la lluvia, o en la orilla del mar, de noche y tras el matsuri veraniego.
Ōbayashi ya hacía sus primeros pinitos en el mundo del cine durante la ‘nueva ola’ japonesa (Nūberu bāgu), haciendo corto- (Remembrance, 1963), medio- (Emotion, 1966) y largometrajes (Confession, 1968) muy experimentales, un cine de arte y ensayo en 8 milímetros. Pero con la crisis de este género independiente a mediados de los setenta, el realizador de Onomichi sufrió la evolución inversa, supo reinventarse y mantenerse a flote haciendo películas más comerciales. Entrados los ochenta, ya era capaz de enguasarte una historieta convencional y sacar tu lado más tierno, como en Tenkosei (I Are You, You Am Me, 1982), pero sin perder ese libre albedrío en la selección de recursos estilísticos.
Del mismo modo, en Kare no ōtobai, kanojo no shima, el siguiente plano siempre será inesperado. Ōbayashi sigue jugando entre la monocromía y el color, o como hace también en Toki o kakeru shōjo (1983), muestra el color de una zona determinada del plano, normalmente el centro, y el resto lo mantiene en blanco y negro. Lo comprobareis en la magnífica intro al más puro estilo Easy Rider que abre la película, con single original de Kiwako Harada, protagonista y hermana de Tomoyo, incluido. A la par con los continuos cambios de color, también los hay de formatos. Como en la escena inmediatamente posterior, que se inicia con la imagen abriéndose a partir de un círculo central, como si fuera una presentación de PowerPoint.
Todo esto junto a los jump cuts, las escenas de motociclismo, la música en directo del bar que frecuentan los personajes, la narración del protagonista y la visita a la isla y al Japón más tradicional, hacen una película de las que marcan época. Sin olvidar la icónica pareja que forman Kiwako Harada y Riki Takeuchi, al nivel de Travolta y Newton-John.
Si eres un/a entusiasmada de la cultura pop y la estética ochentera japonesa, esta perla no te va a decepcionar. Es un cine imperfecto, pero lo cutre mola, sino que se lo digan a su Hausu. Un director que ha podido desarrollar un estilo propio. Un cine ligero, divertido e incongruente. Dile adiós a esos dramas soporíferos tachados de clásicos. Deja que Ōbayashi y su espontaneidad jueguen contigo.