Un grupo de chicas jóvenes sube al escenario mientras el público, en su gran mayoría hombres de un gran abanico de edades, grita y aplaude enfervorecido. Las jóvenes artistas realizan su espectáculo: uniformadas como el mismo atuendo, cantan (generalmente canciones de temática amorosa), bailan y, de vez en cuando, entre canción y canción, conversan con el público (siempre con la masa indefinida, jamás con individuos concretos) o entre ellas mismas, o dan alguna noticia relacionada con el público, que reacciona siempre con pasión. La conexión entre las artistas y sus fans parece total: se suceden las risas, los gritos de ánimo (sí, de ánimo, como si se tratara de un partido de fútbol), los coros y coreografías desde el público, etc. Ya solo queda una canción para que el concierto termine y una de las chicas toma el micro para dar una noticia: entre lágrimas, reconoce que este es su último concierto con el grupo y que su idea es dejar el mundo de las idols. La mayoría de fans muestra su apoyo y, salvo unos pocos que no se toman nada bien la decisión, le piden a gritos que, por favor, no se vaya.
Es el comienzo de Perfect Blue (1998), película de Satoshi Kon, pero no se trata, ni mucho menos, de un contexto y una situación que queden únicamente reducidos a ficción.

Para aquellos lectores que no estén familiarizados con el término, las cantantes idol son personajes mediáticos, de una edad que no suele superar los 30 años, y que generalmente son valoradas más por su consideración como chicas kawaii que por sus habilidades sobre el escenario. Quizá a muchos os suenen grupos como AKB48 o Morning Musume, por citar a dos de los más populares. Artistas que mantienen (o simulan que mantienen) con sus fans (los denominados wota) una suerte de relación emocional que va más allá de lo meramente musical o artístico, y que es precisamente el motivo de consumo de muchos. No es mi intención aburriros hoy con matices y detalles sobre esta relación o estos “lazos emocionales”, sino hablar, a raíz de una terrible noticia, de las condiciones laborales a las que se enfrentan estas artistas, cuyos espectáculos aparecen siempre rodeados de un aura de “felicidad”, “energía” o “pureza” que para nada tiene que ver con lo que se encuentra detrás de los escenarios.
El pasado 12 de octubre se conocía la noticia de que Honoka Omoto, una joven idol de 16 años, miembro del grupo Enoha Girls, se había suicidado. La presión a la que estaba sometida como idol, las jornadas de más de 10 horas, los abusivos mensajes a su móvil por parte del staff del grupo ante el deseo de la chica de abandonar el grupo, así como la amenaza por parte de la directiva del grupo de reclamar a su familia exageradas cantidades de dinero en caso de que abandonase el grupo, son presumiblemente los motivos por los que la joven decidió poner fin a su vida.
Decir que los suicidios provocados por situaciones de gran estrés o precariedad laboral en Japón son preocupantes es decir una obviedad, nadie lo esconde. Decir que hay un sistema económico detrás que está acabando directa o indirectamente con la vida de muchas personas, debería serlo también. No son pocos los trabajadores y estudiantes que cada año deciden quitarse la vida tras depresiones derivadas de situaciones de altísima presión y estrés. Trabajar, trabajar y trabajar. Producir, producir y producir. Generar, generar y generar. Resultados. Por encima de todo. Y la industria idol no solo no se libra de estas dinámicas, sino que está totalmente atravesada por ellas.

No seré yo el que, exponiendo la situación de un sector concreto como es este, caiga en el error de endiosar a otros sectores o empresas cuya explotación a los trabajadores es evidente y terrible, más allá de que muestre diferencias con el caso de la industria idol. Mi intención es mostrar de manera muy general y resumida algunas particularidades presentes en esta industria y que aparecen totalmente normalizadas y socialmente aceptadas, rodeadas de un manto kawaii de “felicidad” y “pureza”. Y, por supuesto, sería un error obviar la cuestión de género en este caso, pero permitidme que en esta entrada me centre en exponer superficialmente las condiciones laborales y la situación de muchas idol como trabajadoras.
El caso de Honoka Omoto, si bien ha terminado de la peor forma posible, no deja de ser un ejemplo más de las situaciones a las que se enfrentan muchas idols, populares y no tanto, día a día. Desde el momento en que firman el contrato se convierten automáticamente en meras herramientas al servicio de las agencias idol (denominadas jimusho). Estas agencias poseen un control absoluto tanto de la carrera profesional de las idols, como de su propia vida privada. Por un lado, cuentan con la totalidad de los derechos de publicación y de imagen de las artistas, que no tienen ningún poder de decisión sobre el material artístico que interpretan, ni sobre sus apariciones mediáticas, ni siquiera sobre su permanencia en el grupo: pueden ser expulsadas, transferidas a otros grupos o ver su jerarquía modificada dentro del propio grupo. Las jimusho deciden a quién convierten en una figura visible, y quién queda relegada a un segundo plano. Por otro lado, existe un rígido control sobre la vida privada de las artistas, con numerosas prohibiciones: nada de relaciones amorosas, nada de apariciones públicas con chicos, nada de alcohol, tabaco o drogas en general, nada de posicionaminetos políticos, etc. Nada que pueda dañar su imagen kawaii, inocente y dedicada en cuerpo y alma a sus fans.

Las largas jornadas de trabajo se ven también también salpicadas por el fomento por parte de las jimusho de una gran competitividad interna y de jerarquías. En el caso de AKB48, una de las antiguas y más populares integrantes del grupo, Minami Takahashi, llegó a reconocer que le producía temor la idea de faltar un solo día a los ensayos, pues podrían quitarle su puesto de gran relevancia dentro del grupo, tal y como se recoge en la obra AKB48 Ura Hisutorii (2013). En el caso concreto de este grupo, algunos autores recogen también cómo en sus primeros años se fomentó ferozmente la competencia entre los dos “subgrupos” que lo componían: los denominados Team A y Team K, calificándose a las pertenecientes al segundo subgrupo como “las que no valen para el Team A”.
¿Y qué ocurre entonces si una idol decide “romper las cadenas”? Que la maquinaria mafiosa de las jimusho se pone manos a la obra. Son muy numerosos los casos de artistas que son expulsadas o puestas en evidencia públicamente por, por ejemplo, filtraciones de fotografías en las que aparecen con chicos. Algo tan simple como eso. Si una idol decide que quiere abandonar el grupo por su cuenta, la jimusho de turno hará lo posible para evitarlo (como en el desgraciado caso de Honoka Omoto), y si no puede evitarlo, es conocido que existen listas negras no oficiales compartidas por las jimusho, como método de chantaje para que la artistas se lo piense dos veces antes de abandonar la banda: si lo hace, probablemente nunca vuelvan a contratarla en otra banda idol. En ocasiones las propias artistas se arrepienten públicamente de haber roto las normas de la jimusho, y piden perdón públicamente. Fue muy sonado el caso de Minegami Minegishi, que tras filtrarse unas fotos en las que salía de la casa de otro artista con el que había pasado la noche, se rapó el pelo y publicó un vídeo pidiendo disculpas:
Pero, a fin de cuentas, ¿ellas sabían lo que hacían, no es así? Ellas firmaron un contrato donde todo esto estaba estipulado. No exactamente. Muchas jóvenes son captadas por las jimusho cuando ni siquiera han entrado en la adolescencia: es decir, siendo niñas. Y aunque no fuera así, ¿cómo podemos aceptar que empresas, se dediquen a lo que se dediquen, puedan tener ese poder de decisión sobre la vida de sus trabajadores? No, a nadie le parecería razonable, o eso quiero creer, que, por poner un ejemplo, Panasonic empezase a incluir cláusulas en sus contratos que prohíben a sus trabajadores mantener relaciones sexuales. Incluso en otros sectores repletos de figuras públicas esto resulta impensable (el fútbol, por ejemplo). Hasta ahora se antojaba ciertamente complicado que pudiera surgir un debate público sobre estas cuestiones en Japón. Quién sabe si, tras el trágico fallecimiento de Omoto, se puede abrir una puerta para, al menos, revisar las condiciones laborales de las jóvenes. Es una aberración que la empresa privada puede tener poder de decisión por encima del Estado y las leyes. Es una aberración que una empresa pueda decirle a una trabajadora cómo debe vivir su vida y qué es lo que puede hacer y no. Y es una absoluta aberración que todo ello esté normalizado y aceptado. Pero, como diría alguno por aquí: “¡es el mercado, amigo!”.
Si queréis saber más sobre este tema, os propongo una lista de obras de diferentes tipos y un documental:
Aoyagi, H. (2004). Islands of Eight Million Smiles. Idol Performance and Symbolic Production in Contemporary Japan. Massachusetts y Londres, EE.UU e Inglaterra: Harvard University Press
Galbraith, P. W., y Karlin, J. G. Patrick W. Galbraith y Jason G. Karlin (Eds.), Idols and Celebrity in Japanese Media Culture. Nueva York, EE.UU: Palgrave Macmillan
Kojima, K. (2013). AKB48 Ura Hisutorii. [La historia oculta de AKB48]. Tokio: Bubka.
Miyake, K. (directora). (2017). Tokyo Idols (documental). Coproducción Japón-Canadá-Reino Unido; Distribuida por BBC Four
Rodríguez, D. (2018). Estrategias de captación y mantenimiento de consumidores
en la industria idol japonesa: el caso de AKB48. Asiadémica, vol. 12, pp. 129-185
Wendy, X. (2014). Japanese ‘Idols’ in Trans-cultural Reception: The Case of AKB48. Virginia Review of Asian Studies, vol. 16, pp. 74-10.